Perico Oliver Olmo, historiador, antimilitarista y ex insumiso

Tras el fin de la mili el primer gran reto del movimiento antimilitarista es reinventarse. Pronto quedó demostrado que con la conscripción también terminaba un ciclo de 30 años de movilización. Desde entonces, el movimiento antimilitarista ya no tiene ni tanto protagonismo ni tantas oportunidades para plantear debates. Por si eso fuera poco, las Fuerzas Armadas han recuperado a ojos vistas la capacidad de influencia social que habían perdido, hermoseando cada vez con más eficacia las nuevas caras del militarismo. Aunque los valores y el repertorio de acciones sean los mismos, lo más importante sigue siendo atribuirle sentido a la necesidad de la militancia en el antimilitarismo. Será más trascendente detenerse en el porqué del antimilitarismo que en la promoción de su activismo. Quizás por eso los grupos antimilitaristas más conscientes dedican sus mejores esfuerzos a reinventar el repertorio de expectativas, para que la pequeñez no sea sinónimo de irrelevancia.

El segundo gran reto del movimiento es saber permanecer. Lo hace cuando está presente en otros movimientos sociales, y cuando crea redes propias y coordinadoras internacionales, o cuando realiza acciones noviolentas contra instalaciones militares y campañas de objeción fiscal y contra los gastos militares, además de denunciar esa pedagogía gamberra que los ejércitos llevan a cabo en colegios y ferias infantiles. A nadie se le escapa que en estos momentos el movimiento antimilitarista ni puede (ni se plantea) tumbar un marco normativo concreto mediante una campaña de desobediencia civil que sea masiva e imaginativa y esté apoyada socialmente, tal y como ya hizo cuando ayudó a abolir la conscripción a través de la objeción de conciencia y la insumisión. Pero tampoco es muy difícil observar las señales de su auténtica influencia cultural en un mundo tan belicoso como el actual, donde la guerra se ha hecho omnipresente y determinante: hay todo un legado de ideas favorables al pacifismo político que pone a la defensiva a los voceros de las políticas militaristas, a los que defienden la producción y venta de armas, a los que justifican las guerras preventivas, etcétera.

Si algo demuestra que el movimiento antimilitarista influye socialmente es que, con sus valores y sus mensajes, consigue dinamizar el movimiento pacifista y politizar el antibelicismo cultural que comparte buena parte de la sociedad.

Publicado en Diagonal web nº 96  www.diagonalperiodico.net

 


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