Bajo el seudónimo de F. Newton publicó sus crónicas de jazz el recientemente fallecido historiador Eric Hobsbawm. La música jazz se está perpetuamente reinventando en improvisaciones sin fin sobre una base dada, un tiempo y un ritmo.

Hoy, cuando el tiempo vital de Hobsbawm se ha agotado, nos quedan sus escritos y aportaciones y, entre ellas, la llamada «invención de la tradición», también conocida como «invención patriótica».

Quiero dedicarle, sobre ella, dos palabras de recuerdo, casi improvisadas, para socializar, tanto la importancia de su aportación, como las interpretaciones torticeras que de ella se han hecho entre nosotros.

Cuando Eric Hobsbawm, un luchador de izquierdas y marxista nacido con la victoria de la revolución soviética, planteó su «invención patriótica» , no utilizó un punto de vista idealista para su conceptualización, antes al contrario, y recurriendo a sus propios términos, trató de analizar históricamente una verdadera ingeniería de la construcción de los individuos correspondientes a la creación de los grandes estados (concretamente Francia, Reino Unido, Alemania y EEUU). No ha hablado, pues, como historiador de la plasmación histórica de comunidades culturales homogéneas, sino de la construcción de grandes estados aglutinantes, tanto de distintas culturas como de lenguas, y que, necesariamente, impulsan en ese proceso alguna de ellas en detrimento de las demás.

Sin embargo, ha sido este mismo autor, conscientemente mal leído e interpretado, el que ha constituido la base teórica e histórica de aquellos analistas euskarafóbicos que pretenden aplicar al desarrollo histórico-político de una comunidad lingüística y cultural como la vasca los esquemas de construcción nacional que los grandes estados han desarrollado a partir de los dos últimos siglos. Encontramos en este empeño a antropólogos como J. Aranzadi , M. Azurmendi o Martínez Gorriarán , a historiógrafos como J. Juaristi y P. Unzueta, que mantienen que todo nacionalismo es solamente una invención cuando, siguiendo precisamente a Eric Hobsbawm, lo que deberían analizar sería el intento histórico de construir la nación española o francesa a costa de comunidades lingüístico-culturales tan diferenciadas y cohesionadas internamente como la vasca. Para estos analistas euskarafóbicos, por ejemplo, una producción teatral del tipo de la pastoral zuberotarra no tiene ningún valor ni significado específico. En su opinión, no se trata más que de una práctica popular mitificada por el nacionalismo y que puede encontrarse en otros contextos y tiempos sin ninguna necesidad de erudición particular. Lo mismo nos dirán del bertsolarismo o de las formas populares de competiciones deportivas, de las formas diferenciadas de juegos infantiles… Cuando hablan de las ikastolas o de las distintas formas de las escuelas vascas utilizan el mismo esquema, es decir, éstas son tratadas como prácticas educativas mitificadas por el nacionalismo vasco, pero sin ningún tipo de caracterización específica. En definitiva, todos estos argumentos son válidos para justificar a nivel ideológico la inexistencia de un País Vasco con formas propias de convivencia y de auto-reproducción. Se trata de negar académicamente la misma existencia de Euskal Herria.

Sin embargo, tal y como hemos explicado más arriba, y por encima de cualquier prejuicio académico, las prácticas sociales que estamos citando (bertsolarismo, pastorales , ikastolas u otras…) son fundamentalmente producciones de una determinada formación social. Es decir, de ninguna manera invenciones ideales, como han pretendido hacernos creer los investigadores académicos a que nos hemos referido. Las citadas manifestaciones culturales tienen su historia. Los individuos que se «construyen» por medio de ellas, también. Hacer aparecer de la manera más nítida posible estas historias, y observarlas y analizarlas teóricamente ha sido el objetivo del recientemente fallecido Eric Hobsbawm y de los que, de alguna manera, hemos intentado investigar la sociedad y sus contradicciones siguiendo su estela. Un objetivo realmente necesario para comprender esas características diferenciadoras que construyen comunidad y cultura. Que hacen historia.

En este camino, sin duda, hay mucho que analizar y que aprender de la historia de Euskal Herria. Es decir, cómo se ha criado y educado el ciudadano y el individuo en el ámbito de la cultura vasca, y en definitiva, cómo se ha producido el tipo social vasco a partir de las escuelas, las ikastolas (o en la terminología que en su día acuñó el poeta Lauaxeta, en las irakastolas). Trataremos pues, de hacer la pequeña historia de estas pequeñas aportaciones a la forma cultural-nacional vasca, éste será el mayor homenaje que le podamos tributar a Hobsbawm tras su muerte.

De cualquier manera, cuando hablamos de nacionalismo deberíamos ser lo suficientemente claros para poder explicitarlo de la manera más exacta posible, ya que el término «nacionalismo» se encuentra hoy contaminado de raíz . No podemos identificar de la misma manera el nacionalismo correspondiente a la reivindicación social y política de una cultura minorizada, y el nacionalismo fruto del privilegio estatalista que se concede a una identidad cultural por encima de las de otros pueblos circundantes. No se puede hablar de la misma manera del nacionalismo de los pueblos colonizadores y de sus metrópolis, y del nacionalismo de los pueblos colonizados y/o en proceso de liberación . Estas evidencias y sus consecuencias, tanto en la investigación cultural como en las reivindicaciones políticas, quizás hoy más presentes que nunca una vez superado lo que el llamó «el siglo corto» (el siglo XX), marcan el tiempo y el ritmo de este adiós que le debemos al gran maestro Eric Hobsbawm.

Fito Rodriguez, * Profesor de la UPV-EHU – Miércoles, 2 de Enero de 2013

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