JUAN AGUIRRE

Se ha dicho que todo español lleva dentro un pícaro, una portera chismosa o un seleccionador de fútbol. Yo creo que lo que lleva en sus entretelas todo dios es un doctorado en vascología, un vascologado. Viajando lo compruebas: en cuanto anuncias tu procedencia la gente te hace ver, de forma más o menos explícita, que atesora una sólida y bien formada opinión sobre lo que aquí ocurre. Claro que si intentas enriquecer o matizar su punto de vista, no pocas veces te miran con suspicacia: «A ver si este va a ser…».
Esta semana, con motivo del estreno de la película Todos estamos invitados, los medios de comunicación se están dando un auténtico festín de vascología. La cosa va de thriller político y la dirige Manuel Gutiérrez Aragón, quien ya hizo de las apariciones de Ezquioga una insustancialidad titulada Visionarios. Los especialistas juzgarán la calidad de esta cinta ambientada en Donostia, entre pucheros de sociedades gastronómicas, aulas universitarias y apoteosis criminal a ritmo del maestro Sarriegui. De momento, oyéndole al realizador queda claro que, como radiografista de la sociedad vasca (que de ello presume), es un lerdo integral.
Va y dice en la presentación: «El único cambio que veo en el País Vasco es el cambio climático». Y se regala a sí mismo una amplia sonrisa de satisfacción. En otro lugar completa el análisis: «Una espesa capa de bechamel tapa las contradicciones del País Vasco». Pudo decir que las vuelve menos indigestas o que las hace epicúreas, pero sería un titular sin tanto gancho.
Si de veras se propone ahondar en las zonas de sombra de nuestra convivencia -que son muchas y profundas- con la sutilidad que la operación requiere a estas alturas de la Historia, aquí sobran jaimitadas y se precisa inteligencia y tacto.
Según explica el vascologado, la tesis de la película es que somos gente sin coraje cívico, acollonida que diría un catalán. Y esto, salvo honrosísimas excepciones, es verdad. Si no, tiempo ha que habría terminado esta lacra. Pero conviene recordar que nuestro comportamiento no difiere mucho del que tuvo la sociedad española frente a la dictadura. ¿Y qué es ETA sino la última herencia de aquel que nos dejó a la bicha enroscada y bien enroscada? Contra esto, el cineasta saca sus galones de luchador antifranquista, cosa tópica entre los de su generación. O sea, que ellos fueron mejores que nosotros: a falta de pruebas, callemos. Pero ya es raro que Franco, acosado por millones de valientes como Gutiérrez Aragón, muriera plácidamente envuelto en el manto de la Pilarica.
En cuanto al cambio climático, casualmente es, de todos los cambios, el que aquí menos se aprecia. ¿Habremos de pedir perdón de que nos llueva?

Diario Vasco 9 de abril 2008