En un reciente artículo, sugerías un experimento mental,
de esos que tanto gustaban a Einstein. Un extraterrestre que
visitase el País Vasco sólo una vez cada diez años podría
llegar a la conclusión de que los terrícolas habían alcanzado
la abolición del tiempo, tema como sabes netamente
einsteiniano. Un demócrata que despertase del coma cada
diez años en un hospital, por su parte, llegaría a la conclusión
que también España ha estado muerta al mismo tiempo. Ante
la última ofensiva contra la izquierda abertzale, extraías
algunas lecciones que, señalabas, sin duda también inferirían
ese extraterrestre asombrado o ese demócrata malherido.
Déjame preguntarte por una de esas lecciones, por un paso
de la tercera que tú mismo extraes. Escribías: ”Los que
verdaderamente queremos que ETA deje de existir (a algunos
de los cuales no se les permite votar ni presentarse a las
elecciones) no debemos dejar de insistir en la negociación
política como única vía posible para salir de esta atmósfera
opresiva en la que las víctimas de uno y otro lado caen por su
propio peso”. ¿En qué términos concibes esa negociación?
¿De qué debería hablarse? ¿Debería garantizarse el derecho
de autodeterminación, la salida de los presos de ETA, la
integración de Nafarroa en la consulta?

Si recuerdas, la primera de estas lecciones a las que
aludes era la de que, por parte del Estado español, la
democracia y el derecho son negociables, pero la unidad de
España no. Y permíteme una pequeña digresión antes de llegar
a tus preguntas. El gran historiador árabe Ibn Khaldun,
predecesor de Maquiavelo y de Marx, se preguntaba por qué
Dios había tenido a los judíos vagando precisamente 40 años
por el desierto y respondía diciendo que ese era el número de
años necesario para suprimir generacionalmente el recuerdo de
la esclavitud, obstáculo para la nueva vida en la tierra
prometida. La historia reciente de España invierte esta
secuencia. La dictadura de Franco duró también 40 años, y el
efecto que tuvo fue el de borrar en los españoles el recuerdo de
la libertad, obstáculo subjetivo para la restauración monárquica.

En medio de este lubricante olvido general, sólo el País Vasco (y
de otra manera Cataluña) ha mantenido la historia de España
bajo nuestros ojos, nos ha impedido olvidar por completo la
travesía del desierto, ha obstaculizado la ilegítima y fraudulenta
ecuación Unidad de España/Democracia/Derecho. Sólo la
cuestión vasca ha iluminado sin cesar el pecado original de la
llamada Transición. Sólo la cuestión vasca nos ha recordado la
cuestión española. Y esto, que la izquierda del Estado debería
tener muy presente, revela al mismo tiempo toda la dificultad
de una solución política. El triunfo mediático e institucional de la
derecha es incontestable y no cabe esperar ninguna presión
negociadora por parte de una UE a la que le parecen cada vez
más aceptables las leyes de excepción en la guerra global
contra el “terrorismo”.

Pero si se volviese a la mesa de negociaciones, no se podría excluir ningún tema,tampoco el de Nafarroa, respecto del cual la izquierda independentista, por cierto, ha flexibilizado notablemente sus posiciones históricas. La legalización de Batasuna y el acercamiento de los presos
parecen presupuestos de normalización democrática sin los
cuales ninguna negociación podría llegar demasiado lejos. Y el
principio de autodeterminación debería ser el compromiso final
aceptado por todas las partes como única salida democrática a
un conflicto que tantas víctimas, de un lado y de otro, ha
ocasionado ya. Pero es casi imposible llegar hasta ahí sin
resolver la cuestión española; es decir, sin un nuevo proceso
constituyente, el cuestionamiento de la monarquía y el
establecimiento de un verdadero Estado de Derecho. Es decir,
sin la autodeterminación también del resto de España.

FRAGMENTO DE LA ENTREVISTA A SANTIAGO ALBA RICO POR SALVADOR LOPEZ ARNAL

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