ANDER LANDABURU 15/12/2008

 

«Falta respeto en el País Vasco: respeto por la vida y por la integridad física, negadas por los terroristas de ETA; respeto por la palabra dada, por las reglas de juego y por los procedimientos legales; respeto por los que sufren y son injustamente perseguidos; respeto por las víctimas y por sus familias, en definitiva, falta respeto por el otro y por su dignidad». En su pequeño despacho de catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid, Gregorio Peces-Barba, visiblemente enojado y apesadumbrado ha bajado su habitual tono de voz, para fijar la mirada en los titulares de prensa, que siguen hablando del asesinato en Azpeitia del empresario Ignacio Uria. Es el último episodio de una escalofriante historia que dura ya casi medio siglo y contra la que desde su atalaya de catedrático, político o abogado el ex presidente de las Cortes ha venido luchando, desesperándose de que siga habiendo fanáticos que justifican esos atentados. Para él no hay duda, el País Vasco padece una crisis moral profunda envuelta en un ideario nacionalista soberanista que carece de posibilidades y de futuro, pero que aún mantiene demasiadas adhesiones.

 

Hace pocos días tuvo ocasión de celebrar el XXX aniversario de la Constitución junto a los demás padres de la Carta Magna. Un grato encuentro que, sin embargo, no diluyen en su memoria los difíciles años anteriores a la transición y los peligrosos estertores del franquismo. Peces-Barba no olvida que en estas fechas de diciembre, hace 38 años, participó en uno de los acontecimientos políticos que iba a herir de muerte al régimen franquista: el histórico Proceso de Burgos, celebrado en diciembre de 1970. Con ese juicio contra ETA, «los militares querían -según escribió más tarde Mario Onaindia, uno de los acusados- querían montar un gran acto publicitario, sin duda alguna, para garantizar la supervivencia del régimen». Pero el tiempo que tardaron en preparar aquel espectáculo hizo posible, por otro lado, que las fuerzas de oposición al régimen se preparasen para este proceso y nombrasen a un espectacular abanico de letrados vascos, a los que se sumaron Gregorio Peces-Barba, cercano al socialismo, y Josep Solé Barberá, del PSUC catalán, para defender a los 16 acusados etarras.

Casi 40 años después, habla con cariño de su entonces defendido, Víctor Arana Bilbao, Txepetón, «reinsertado desde el inicio de la democracia y con un comportamiento ciudadano ejemplar». Pero reconoce que su defensa debió de ser muy mala, porque a su «pobre» cliente le cayeron 70 años de cárcel, cuando la fiscalía «sólo» había pedido sesenta. «En la cárcel tuve muy buena relación con Arana, luego con su familia, y a su niño le regalé un balón del Real Madrid, que su padre consideró como una pequeña provocación pero aceptó por ser regalo mío». Ese niño le recordaba también su infancia, cuando con cuatro o cinco años Gregorio visitaba a su padre en la cárcel de Torrijos, donde estaba recluido por «auxilio a la rebelión», que era el delito creado a posteriori para condenar a los vencidos de la Guerra Civil.

Algunos de aquellos condenados de Burgos pronto se alejaron de los planteamientos violentos de ETA, como Mario Onaindia, Javier Izko o Teo Uriarte, pero otros continúan en torno a los grupos radicales que les apoyan o sostienen. En las conversaciones que Peces-Barba mantuvo con algunos de ellos durante el proceso, pudo comprender que se tendrían muchos problemas con aquella gente, obstinada, dogmática y poco preparada para superar la tentación de la violencia. «Hoy», apunta el catedrático, «son enemigos reales de la democracia. Y aunque la paz es un valor muy importante, no hay que hacer concesiones para lograrla sobre temas de fondo que afecten a los principios, sino sólo administrar medidas personales después de que se acredite que abandonan la violencia. Cualquier concesión, cualquier afirmación de compartir alguno de sus fines, no sólo favorece a ETA, sino que ha servido para justificar su violencia criminal».

Sin embargo, la relación de Peces-Barba con el País Vasco se inicia mucho antes del Proceso de Burgos. Estando en COU, unos amigos le invitan a veranear a Zarautz, y a partir de entonces y con toda su familia se trasladará a Hondarribia, en donde pasarán los veranos hasta principios de los setenta. Esos años coinciden también con una efímera «aventura» democristiana que se acaba en 1964, y hasta 1972, que empieza a militar en la clandestinidad en el PSOE de Madrid, no se comprometerá con la actividad política partidaria, dedicándose casi en exclusiva a la fundación y lanzamiento de la revista Cuadernos para el Diálogo, a sus tareas universitarias y a la defensa ante el Tribunal de Orden Público (TOP) y los tribunales militares de militantes antifranquistas.

Pero esas estancias veraniegas en Euskadi también le sirven para mantener sus primeras relaciones con la oposición política vasca. Tras instalar junto con Tomás Quadra Salcedo su primer despecho profesional en Madrid, se trasladará a menudo a Euskadi para participar, por ejemplo, como letrado defensor en el sumario I/63, el primer proceso contra CC OO, que instruyó y juzgó en el TOP. Fue su estreno y el de ese tribunal, ante el que le tocó defender a miembros de la Comisión Obrera de Vizcaya como David Morín y Gómez Lavín. Les condenaron sólo a arresto mayor por haberse constituido sin las formalidades exigidas por las leyes. Después, cuando el fenómeno de las comisiones obreras se multiplicó, el tribunal las vinculó con al Partido Comunista y aumentó considerablemente las penas. Desde 1963 hasta 1976, en que se suprimió el TOP, el despacho de Peces-Barba defendió más de mil casos: «Eran procesos absurdos», afirma desde la distancia.

En Euskadi sus contactos se multiplican con gente afín a Cuadernos para el Diálogo y con el PNV, fundamentalmente. «Tuve relación con el Gobierno vasco en el exilio en Paris: con el propio lehendakari Leizaola y con Joseba Rezola, y posteriormente, de manera bastante habitual, fui defendiendo a muchos militantes del PNV hasta 1975″. Recuerda algunos casos pintorescos, como la reunión de una quincena de abogados para defender a otros tantos militantes nacionalistas acusados de colocar una ikurriña en la torre de la iglesia el Buen Pastor de San Sebastián. Entre los acusados estaba el senador Joseba Elosegi, ex comandante de gudaris durante la guerra, testigo del bombardeo de Gernika y protagonista de un espectacular suceso, cuando el 18 de setiembre de 1970 intentó inmolarse a lo bonzo ante Franco en el frontón de Anoeta de la capital donostiarra. «Joseba Elosegi era una persona muy afable, valiente y con gran sentido del humor».

Pero Peces-Barba, muy pronto percibe la diferencia entre los dos mundos nacionalistas, el radical y el moderado. Pare él, el PNV era otro grupo de oposición al franquismo y tenía todo su apoyo y su comprensión. Afirma que entonces ninguna de las dimensiones que él consideraría separatistas aparecían en sus postulados. «Lo que sí percibí entonces es que algunos de los militantes de aquella primera ornada de ETA eran unos idealistas, pero otros ya apuntaban a ser unos criminales [ETA empezó a matar en 1968]. Eso sí me empieza a preocupar seriamente, como el clima de dura tensión que se va imponiendo».

A partir de 1972, Peces-Barba inicia también sus contactos con los socialistas vascos. Interviene en Euskadi en temas de formación y conoce enseguida a Enrique Múgica y a Txiki Benagas. En Francia, en Carmaux, cerca de Toulouse, en unos locales cedidos por el ayuntamiento socialista, organiza un seminario de formación al que acuden muchos militantes del País Vasco, entre ellos José Antonio Maturana y «un joven muy listo, desde entonces una de las buenas cabezas del socialismo vasco», dice de Ramón Jáuregui. También se relaciona con Nicolás Redondo Urbieta, Eduardo López Albisu (el padre de Patxi López) y, por supuesto, con Ramón Rubial. «Era un compañero respetado y querido por todos; por su ejemplo de militancia y por los 20 años largos de represión en la cárcel que sufrió durante el franquismo. Siempre sentí por él un gran afecto. Todos le debemos mucho».

Siguen luego los meses de labor clandestina, hasta el llamado pacto del Betis entre los socialistas andaluces y vascos, y el primer congreso del partido en semi-libertad, en diciembre de 1976, que el futuro rector de la Carlos III recuerda con cierta amargura. Pero los contactos se recomponen cuando Felipe González le pide que vaya de diputado por Valladolid. A partir de 1977 reanuda también sus relaciones con el PNV, siendo Peces-Barba testigo directo del comportamiento de los nacionalistas ante la Constitución. «Un comportamiento muy poco claro y ambiguo». «Es absolutamente falso», asegura, «que nadie les cerrase el camino en la ponencia constitucional. Ellos jamás lo quisieron, pero luego sí se rasgaron las vestiduras, cosa que es muy suya. Estaban muy satisfechos con la representación de Miquel Roca [de CiU], pero lo cierto es que, al mes de empezar nuestro trabajo, Roca nos dijo que consideraba insoportable a esa gente y que él, desde luego, no les representaba».

A partir de ese momento, el PNV empezó a asistir a las reuniones paralelas a la ponencia que se celebraban por la noche después de los acuerdos con UCD, donde iban todos menos Manuel Fraga y se preparaban los pactos y acuerdos para los debates posteriores. Según Peces-Barba, en todas las reuniones el PNV pedía algo y los demás hacían muchos esfuerzos para complacerles, con la idea de conseguir que votasen favorablemente el texto constitucional. Hasta que un día, en el Senado el vicepresidente Fernando Abril Martorell dijo «hasta aquí hemos llegado» y no se aceptaron los últimos planteamientos del PNV sobre derechos históricos. «Además, notaba por mi parte una cierta contradicción entre defender unos derechos históricos, que más bien estaban vinculados a tesis tradicionalistas o carlistas, y luego posiciones separatistas que eran otra filosofía diferente». Tres décadas más tarde, lamenta la muerte temprana del entonces líder del PNV, Juan Ajuriaguerra, al que tenía gran afecto. Cree que hubiese llevado a su partido a apoyar la Constitución y no a ese juego ilógico de rechazarla pero aceptar el Estatuto, cuando éste viene de ella. «No, para ellos el Estatuto era la vía que llegaba del cielo, y en esa postura se mantuvieron Marcos Vizcaya, Andoni Monforte, Carlos Garaikoetxea y el mismo Arzalluz, con los que tuve relación».

«Este último», comenta, «era muy reticente, muy reservado, y no quería que se supiese que participaba en las reuniones de las noches. En una de ellas, Abril Martorell, salió al balcón de mi despacho a fumar y el retén de periodistas que montaba guardia delante del edificio dispararon sus flases hacía el dirigente de UCD. ‘Nos han descubierto», dijo éste, y decidimos suspender la reunión. Entonces, Arzalluz me preguntó si podía quedarse en mi despacho, que ya descansaría en una butaca. Me sorprendió muchísimo su petición, pero tampoco me opuse. No le pregunté por qué lo hacía, pero era obvio que no quería que le vieran los periodistas. Se quedó toda la noche allí y salió a las siete de la mañana, cruzándose con una piadosa vecina que iba a misa de ocho y que se asustó tanto que le confundió con un violador».

Cuenta Peces Barba que mantuvo buenas relaciones con diputados nacionalistas, que se encontraban muy cómodos en Madrid, y también conoció al actual consejero de Justicia del Gobierno vasco, Joseba Azkarraga. «Entonces era muy simpático, pero ahora es unos de los talibanes vascos. Mientras el PNV da una de cal y otra de arena, la ambigüedad de la EB de Madrazo y la EA de Azkarraga no ayuda nada. A este último parece que le molesta que se detengan etarras, siempre encuentra alguna pega o lanza alguna advertencia al respecto».

En cuanto a su relación con Ibarretxe, el catedrático reconoce que, a nivel personal, el trato ha sido bueno, pero que el lehendakari no ha dejado de sorprenderle. Por ejemplo, aquel día en un homenaje a Fernando Buesa, cuando aplaudió a rabiar después de que José Ramón Recalde terminase una intervención durísima contra él y su Gobierno. «Eso me resultó verdaderamente sorprendente, como cuando me afirmaba que su plan se tenía que aprobar porque es perfectamente constitucional. Me jugué una comida con él, y todavía me la debe».

El ex presidente de las Cortes, después de medio siglo de relación con Euskadi y su gente, sigue convencido de que tanto el nacionalismo vasco como el españolismo cerrado el PP deben ser superados si se quiere recuperar la convivencia civil. Y, desde luego, piensa que esa relación debe abordarse con fórmulas distintas al Plan Ibarretxe, que ve bien enterrado y sin resurrección posible tras las elecciones. «Creo firmemente que el problema vasco no tendrá solución hasta que los nacionalistas pierdan el poder y pasen a la oposición», concluye.

Gregorio Peces-Barba

Gregorio Peces-Barba (Madrid, 1938) se licenció en Derecho y ejerció como abogado desde 1962 hasta 1977, defendiendo ante los tribunales a numerosos militantes antifranquistas de diversos partidos y sindicatos. También intervino en el histórico Proceso de Burgos. Diputado del PSOE por Valladolid en las tres primeras legislaturas, fue miembro de la ponencia constitucional y participó en todas las leyes orgánicas destinadas a desarrollar la Constitución de 1978. De 1982 a 1986 presidió el Congreso de los Diputados y antes fue secretario general del Instituto de Derechos Humanos. Rector de la Universidad Carlos III de Madrid hasta hace unos meses y autor de más de 20 libros, ha sido también Alto Comisionado de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo.

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Arnaldo Otegi

Ésta es su primera entrevista para un medio nacional desde que salió de prisión hace tres meses. Transcurrido ya un año y medio desde el final del proceso de negociación, Arnaldo Otegi subraya la necesidad de articular una estrategia que supere el actual bloqueo y posibilite saltar el muro contra el que se han estrellado históricamente las reivindicaciones vascas. Y remarca que sólo la izquierda abertzale tiene capacidad de mover el escenario político y crear un proyecto ilusionante.

Iñaki IRIONDO-Ramón SOLA

Arnaldo Otegi, interlocutor de la izquierda abertzale con el Estado español, aborda la necesidad de que la izquierda abertzale en particular y los independentistas vascos en general articulen una estrategia eficaz que permita superar el muro contra el que se han estrellado todos los procesos anteriores: la imposibilidad de dar el salto desde el escenario actual, desgastado pero vigente, a otro democrático. Para ello sostiene que es necesario articular un bloque independentista a la izquierda del PNV que modifique la correlación de fuerzas en el espacio abertzale.

Hubo muchas especulaciones cuando salió de la cárcel y después usted ha mantenido varios meses de silencio. ¿Qué ha hecho durante este tiempo?

Fundamentalmente, hablar con la gente y escuchar. Lo tenía pensado durante la estancia en la cárcel. Teniendo en cuenta la situación de bloqueo existente y viniendo como veníamos de un proceso de negociación con el Estado, había pensado dedicar tres meses a hablar con el máximo número de gente posible para hacerme una radiografía de la situación, de cómo estaba la izquierda abertzale y otros sectores sociales. Esto te permite intuir dónde está el carril central mayoritario de la gente.

¿Y cuál es la radiografía que ha obtenido?

Por un lado, hay una sensación muy grande de bloqueo, con una situación terrible en términos represivos. También he percibido indicadores de frustración y escepticismo ante una situación en la que el movimiento abertzale parece estar gripado políticamente. Pero al mismo tiempo he observado que muchos sectores populares están esperando a la izquierda abertzale, porque consideran que sólo ella -aunque no en solitario- tiene capacidad para mover el escenario político y esperan que retomemos la iniciativa para sumarse a un proyecto político ilusionante. Y son sectores muy amplios del país.

Pero, ¿está la izquierda abertzale en condiciones de plantear esa alternativa?

Aceptando que todos hemos cometido errores, hay un dato a destacar: ha fracasado la operación política que el Estado diseñó hace treinta años para asimilar al pueblo, troceando el país y negándole la soberanía, e intentando aniquilar a la izquierda independentista. Los instrumentos que se diseñaron para la asimilación del pueblo vasco, como el Estatuto y el Amejoramiento, están desactivados en gran medida gracias a nuestra lucha. Y ésta es una constatación que podemos hacer en términos nacionales, porque es en el conjunto de Euskal Herria en el que se da un cuestionamiento de los marcos vigentes. Hoy nadie piensa que el futuro de este país se va a construir sobre los cimientos puestos hace treinta años. Ésa es la victoria importante de la izquierda abertzale, que ahora hay que saber vehiculizar adecuadamente. Se constata que hay una mayoría popular, una mayoría sindical, una mayoría política que hoy podría estar configurando una alternativa a los marcos diseñados, y es responsabilidad de la izquierda abertzale construir una estrategia eficaz que permita pasar de la actual situación de negación e imposición a un escenario democrático.

¿Cuáles son esas condiciones para el cambio que dice que existen?

La primera y la gran victoria es que hemos hecho fracasar los instrumentos diseñados hace treinta años para asimilar al pueblo vasco y a la izquierda abertzale. La segunda condición es que la mayoría popular y social del país ha asumido que la alternativa democrática, en lo relativo al Estado español, pasa por cuatro territorios y derecho a decidir libre y democráticamente nuestro futuro. Y la tercera condición favorable es que existe un contexto europeo que avala a quienes queremos crear un Estado vasco. Ahí está el ejemplo de esta semana de Groenlandia, al que se puede sumar el de Escocia. Lo fundamental, sin embargo, no es acertar en este diagnóstico, que puede ser ampliamente compartido, sino cómo somos capaces de impulsar una estrategia para el cambio político en Euskal Herria, cómo somos capaces de poner en marcha un proceso que habilite una negociación con el Estado que nos conduzca a un estadio democrático donde desarrollar la opción independentista y socialista en nuestro pueblo.

Hablaba de crear condiciones para una negociación con el Estado. ¿Cree que existe conciencia exacta de hasta dónde se llegó en el último proceso, por ejemplo, de cuál fue la implicación internacional?

No existe esa conciencia, porque hemos sido extremadamente discretos en los datos que hemos ido facilitando. Quienes pudimos vivir en primera persona esa experiencia lo que sí podemos trasladar es que hubo una implicación internacional al más alto nivel y que en el centro de Europa nosotros abordamos un debate en términos políticos que recogía la cuestión territorial y el derecho a decidir libre y democráticamente nuestro futuro, y que nuestra posición fue entendida como razonable por buena parte de los observadores internacionales. Y a día de hoy considero que existe por parte de esos agentes la misma predisposición que hubo entonces para colaborar en la creación de un nuevo proceso de negociación.

Ese parece un dato importante.

Lo es, porque creo que la izquierda independentista tiene que jugar fundamentalmente en tres escenarios. El primero es vertebrar una alternativa política a la izquierda del PNV que lidere el cambio político desde posiciones independentistas. El segundo es el terreno de la confrontación con los estados, que debe combinar una estrategia de negociación y acuerdo para resolver en términos democráticos el conflicto político con el impulso de una acumulación de fuerzas independentistas y progresistas. Y el tercer escenario es el europeo. El proceso permitió instalar el debate sobre el problema vasco en Europa y la comunidad internacional en general, y a día de hoy se puede decir que, en Europa, mediante la construcción democrática de mayorías amplias en torno a la independencia, es posible acceder a la creación de un Estado.

Además de la implicación internacional, ¿se puede salvar algo más del último proceso para utilizarlo en el futuro?

Tanto en Loiola como en la última etapa del proceso se avanzó en términos políticos, aunque eso no quiere decir que se alcanzara un punto satisfactorio en las negociaciones. Pero se avanzó de manera significativa en algunos puntos, aunque no en otros. Y cualquier intento que pase por reeditar un proceso de negociación con el Estado tiene que tener anclajes sólidos. El primer anclaje tiene que ser el indispensable protagonismo del conjunto de la sociedad vasca como auténtico garante del desarrollo del proceso negociador. En segundo lugar, el fortalecimiento del independentismo en este país, la construcción de un bloque popular independentista que articule, en solitario o junto con otros, a esa mayoría que quiere el cambio y a ese sector popular que quiere construir un Estado desde la izquierda. Es decir, ésta es una oferta al pueblo abertzale de izquierdas. Este bloque deberá, además, hacer frente a la represión del Estado. Aquí conviene recordar que las recetas represivas ni van a alterar nuestra posición política ni van a destruir a la izquierda independentista. En tercer lugar, una tarea fundamental es lograr la implicación de la comunidad internacional. Y, por último, hay que recuperar los contenidos políticos y el listón que se dejó en la última etapa negociadora para, a partir de ahí, intentar reconstruirla.

Habla una y otra vez de un bloque independentista. ¿Cómo se construye y con quién?

Antes que nada, haría una apelación a la confianza en nuestras propias fuerzas. La izquierda independentista tiene una base sólida en este país y un recorrido histórico con muchos años de sacrificio, de militancia, de honradez política y revolucionaria, con buenas dosis de gestión institucional. A partir de ahí, los independentistas tenemos la necesidad de liderar es- te momento histórico, lo que pasa por construir una alternativa al PNV.

¿No ve al PNV en un bloque independentista?

No. Pero es el PNV el que se autoexcluye tanto en modelo político como en posición social. Este partido tiene perfecto dere- cho a hacer la política que diseñe y decida. Pero lo que se ha comprobado es que este PNV, y este EBB, hace una apuesta por acomodarse al modelo de Estado español negando las vías para construir un Estado para los vascos. Ésa es su apuesta. Y por ello, creo que tenemos que liberarnos incluso de cierto complejo sicológico que tenemos con el PNV. No podemos gastar ni un esfuerzo más en convertir al PNV en lo que no es. El PNV tiene hipotecas políticas, económicas e institucionales con respecto al Estado español y ése es el PNV que existe. Nos corresponde a los independentistas, a todos los que queremos construir un estado en este país, liderar ese proceso sin esperar a nadie, haciendo una oferta a lo que denominaríamos pueblo abertzale de izquierda. Tanto del análisis de los datos electorales como de las muchas conversaciones mantenidas con sectores que no son sólo de la izquierda abertzale, sino del movimiento sindical o del asociativo, se ve que existe una corriente popular y social que quiere que alguien construya una alternativa al PNV desde el independentismo y desde la izquierda, y están esperando que lo haga la izquierda abertzale. Otra cosa es cómo abordamos la política de alianzas para otro tipo de planteamientos que en un momento puedan ser operativas desde el punto de vista político, electoral o institucional. Pero lo primero que tiene que hacer la izquierda abertzale es tomar conciencia de que nos toca liderar, probablemente junto a otros, la estrategia para recuperar la soberanía vasca y abrir el camino a la construcción del Estado vasco. Lo tenemos que hacer, y cuanto más tardemos, más tiempo perdido. Hay condiciones y tenemos que tener ambición de ganar.

Pero cuando algunos de esos sectores se acercan a la izquierda abertzale, la primera barrera que ponen es la de la lucha armada. Ahí está el caso de ELA, de EA…

Parece que nos movemos en círculo. Ésa es una evidencia. Pero todos tenemos que huir de las recetas fáciles. Porque no es cierto que el cese ni tampoco la persistencia de la lucha armada resuelvan todos los problemas. Y tampoco es solución hablar de un polo soberanista que nadie define, que nadie concreta y al que nadie dota de un programa. Hay que hacer las cosas bien, con tiento y con solidez. ¿De qué se trata? De construir una estrategia eficaz para, primero, lograr un escenario democrático, desde el reconocimiento nacional y respeto a la voluntad popular vasca, para luego avanzar hacia la creación del Estado vasco. Ése es el debate que hay que abordar, y abordarlo en su integridad. No se trata de hacer las cosas de forma parcial: tú tienes que hacer esto y el otro tiene que hacer lo otro. Todos tenemos que construir ese bloque que demanda una buena parte del país. Y hay que hacerlo con perspectiva de momento histórico y con ambición de ganar, no como un señuelo que trata de rentabilizar electoralmente la situación de apartheid que sufre la izquierda abertzale.

¿Lo que se plantea es otro Lizarra-Garazi?

Hay que ser cuidadoso a la hora de poner etiquetas. Yo hablaría de la necesidad de articular y acumular fuerzas en torno al proyecto independentista con otros sectores políticos, sindicales y sociales. Pero no se puede plantear el modelo de Lizarra entendido, como en 1998, como un modelo de negociación. En la antesala de un nuevo ciclo, con reubicaciones de carácter estratégico de todos los agentes políticos, hay que acumular fuerzas tanto en el reconocimiento nacional y el derecho de autodeterminación como en torno al modelo estratégico independentista. Es decir, acumulación sobre el derecho a decidir, pero también sobre cuál es la referencia estratégica en modelo político y social.

En el futuro más inmediato, en marzo, hay unas elecciones autonómicas en la CAV. ¿Cómo se las plantea la izquierda abertzale?

Quiero resaltar una idea muy importante. Herri Batasuna, desde su fundación, nace con el objetivo de la lucha institucional y la lucha de masas. El Estado, en un momento, intentó que nuestra presencia en las instituciones se convirtiera en un anzuelo para asimilarnos, como hizo con EE u otros sectores. Treinta años después, lo que el Estado hace es intentar dejarnos fuera de las instituciones. Habría que preguntarse por qué. Pues porque hemos planteado una presencia, una lucha institucional y una gestión que consolidan en el país una alternativa política integral. Por eso nos quieren fuera. Y yo creo que la izquierda abertzale tiene que estar en las elecciones, tiene que estar en las instituciones, tiene que estar en la lucha de masas aunque en este momento coyuntural razones de Estado van a tratar de impedir que podamos estar de manera legal en las elecciones y después en el Parlamento de Gasteiz, como ya lo han hecho en el Parlamento de Nafarroa y en multitud de ayuntamientos. Pero la izquierda abertzale tiene que hacer un esfuerzo por estar en las elecciones y estar en las instituciones. Insisto, la vocación de la izquierda abertzale es estar en las elecciones y trabajar en las instituciones de este país, porque nacimos para eso, complementando la lucha popular y trasladando las reivindicaciones de los trabajadores vascos.

¿Está el Estado español en una situación de fuerza?

El Estado tiene mecanismos de coacción y de represión que se ven y sufren todos los días. Ha demostrado a lo largo de los siglos su capacidad de ser implacable y cruel. Pero está bastante más débil políticamente frente a las demandas democráticas del pueblo vasco. Primero, porque la estrategia diseñada hace treinta años para asimilar al pueblo vasco y liquidar a la izquierda abertzale ha fracasado. Sigue teniendo un problema con el pueblo vasco, que mayoritariamente quiere articularse en términos democráticos. Ahí reside su debilidad. El Estado no ha conseguido que la mayoría popular vasca acepte con naturalidad seguir siendo española o haya renunciado a la construcción nacional. Ése es nuestro gran activo, el más importante. En ese campo está débil, pero eso no quiere decir que no sea capaz de la mayor crueldad. El Estado está estratégicamente más débil que hace treinta años, pero el problema es que, aunque hayamos ganado terreno, la situación sigue bloqueada.

¿Y cuál puede ser la clave para el desbloqueo?

Hay que ver cómo alteramos la correlación de fuerzas y cómo la situamos en la confrontación con el Estado. Porque es cierto que hemos desgastado sus instrumentos, que hay una mayoría favorable al cambio, pero cada vez que intentamos pasar de este escenario al escenario democrático nos encontramos con el mismo muro. Y lo que hay que analizar es que quizá nosotros también fallemos ahí. Hemos podido resistir, desgastar sus instrumentos, pero no acertamos a dar el salto. Estamos en un tránsito entre escenarios y, en este momento, al único que le interesa alargar ese tránsito, el que está apostando por mantener esta situación, es al Estado. Porque considera que mientras alargue ese escenario, evidentemente, no se llega al nuevo y, además, gestiona mejor la situación.

¿Qué debería hacer la izquierda abertzale para acelerar el cambio de escenario?

Tiene que retomar la iniciativa política. Hay sectores sociales y populares que comparten el diagnóstico y la alternativa con la izquierda abertzale, y nuestro reto es articularlos y dotarles de una estrategia eficaz que permita construir primero un escenario democrático y abordar después un proceso de articulación territorial y soberanía que nos lleve hasta el Estado Vasco Socialista. Hay que saber hacerlo con tranquilidad. Tenemos que acertar en cómo construimos desde la actual situación el nuevo escenario, y ahí es donde la izquierda abertzale tiene que hacer una profunda reflexión.

Retomar la iniciativa política no parece fácil. Todos cuantos con usted estaban en la Mesa Nacional están en la cárcel…

A mí se me ha etiquetado siempre como alguien muy optimista, pero los datos para el optimismo los extraigo del análisis político. Nosotros hemos nacido del pueblo y para servir al pueblo, y no hay más garantía de liberación nacional que el pueblo, que organizar los sectores populares a niveles mayoritarios. Ésa es nuestra garantía, nuestro colchón y nuestra red. Tenemos que jugar ahí. Junto a esto está la realidad de que ahora tenemos el mayor número de presas y presos políticos que ha habido en la historia, por encima de los 750. Esos presos son, en primer lugar, personas. Es algo que hay que subrayar: los encarcelados y las encarceladas son, en primer lugar, personas y, en segundo lugar, militantes políticos. Y están haciendo un sacrificio enorme por este pueblo. Lo dije en mi acto de bienvenida en Elgoibar y lo repito ahora: su liberación es un deber ético, político y humano que tiene la izquierda abertzale.

¿Cómo puede hacer eso la izquierda abertzale?

En primer lugar, luchando por un cambio político y participando en las dinámicas de movilización de masas a favor de los represaliados. En segundo lugar, trabajando para que esas dinámicas acumulen el máximo de sectores políticos, sociales y sindicales. Y en tercer lugar, enmarcando su liberación en un proceso de negociación y acuerdo con los estados.

¿Qué opciones reales hay de recuperar un proceso negociador y qué voluntad puede tener el Estado para ello?

Hay que huir de la cuestión de las voluntades. El Estado no tiene, en principio, voluntad de hacer concesiones en su soberanía. Hay que partir de esa base. Ellos tienen su estado organizado y nosotros no tenemos estado. Ningún estado entra en un proceso de negociación por voluntad. Entra a veces por necesidad y a veces por intereses de distinto tipo. Y su voluntad, como es lógico, será cerrar un acuerdo cediendo lo mínimo posible. La cuestión fundamental en este tránsito entre ciclos, tras el agotamiento del marco jurídico impuesto a Euskal Herria, es la fuerza y convicción para incidir en los cambios políticos que pueda articular la sociedad vasca. Y ésta es la responsabilidad de la izquierda abertzale.

Entonces, ¿sobre qué base se puede plantear una negociación con el Estado?

Sobre la base que abandonamos en la última etapa negociadora y profundizando en ella para dar una solución democrática al conflicto. Pero yo no le pongo fecha, ni mañana ni pasado, aunque, desde mi punto de vista, cuanto antes, mejor para todo el mundo. La fuerza de la izquierda abertzale es ir a esa mesa defendiendo una posición política democrática que es mayoritaria en Euskal Herria. Eso es esencial, ésa es mi fuerza, no tengo otra. En segundo lugar está el contexto europeo, ahí están los ejemplos de Groenlandia y Escocia, que van en la dirección de la solución que planteamos. Y en tercer lugar creo que si antes, durante y después de ese proceso sabemos articular un gran movimiento popular que lidere a los sectores independentistas, nos iremos fortaleciendo durante el proceso. Sabiendo, eso sí, que no hay proceso sin contradicciones y que no hay procesos rápidos o procesos-milagro. Un proceso de negociación no es que uno se sienta en la mesa a firmar lo que otro plantea, sino que un proceso de negociación intenta resolver los problemas. Dicho esto, también creo que al Estado español le falta cultura democrática para afrontar un proceso de esas características. Más importante que desactivar su estrategia represiva sería aún que explique al pueblo español que, independientemente de la lucha armada, o el terrorismo como dirían ellos, hay un problema político que debe resolverse en términos políticos a través de mecanismos de diálogo y negociación. Ésa es la terapia para acuerdos democráticos que garanticen escenarios de paz y soluciones estables.

 

 14/12/08  Alberto Surio

 

Jesús Eguiguren (Aizarna, 1954) empieza a asociar los días de lluvia a cierta imagen trágica de Euskadi. Su deseo es ver el sol «y que el cambio político sea posible en primavera», añade. Y que la estrategia contra ETA «deje de ser una carrera a ver quién es el más duro».

-La izquierda abertzale también parece que está deseando que el PNV pase a la oposición.

-Pues hasta ahora siempre que ha habido esa posibilidad han apoyado al PNV. Si tenemos un lehendakari socialista va a ser sin su apoyo.

-¿Cree que esa izquierda abertzale se presentará a las elecciones?

-Supongo que presentarán alguna lista que no será legal, y luego harán victimismo y defenderán la abstención. Pero en el caso de que estuvieran en el Parlamento lo que no haremos nunca es lo que ha hecho Ibarretxe en las dos últimas legislaturas: Patxi no saldrá elegido con su apoyo.

-¿Y la insistencia del PP en pedir la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV?

-No se puede estar todo el día como en una carrera a ver quién es el más duro, el más firme, quién hace más daño al Gobierno… Ya es hora en este país de hacer las cosas con una cierta calma y tranquilidad. Disolver ahora los ayuntamientos de ANV no sé si será legalmente posible pero es de una trascendencia en un estado democrático tan grande que primero habrá que hablar con todos los partidos, con el PNV, EA y Aralar incluidos. Estas decisiones deben partir de un gran acuerdo democrático. El PP utiliza esto como pura propaganda. Debe asumir que el consenso hay que buscarlo en el País Vasco, no sólo en Madrid.

-¿Cree que Ibarretxe ha encerrado en un cajón el discurso por el derecho a decidir?

-Es que no lo puede encerrar porque lo tiene en la cabeza.

-Pues el PNV se está ‘centrando’ en la actual coyuntura de crisis…

-Porque vienen las elecciones autonómicas.

-¿Qué piensa de la propuesta de Urkullu de aplicar la fórmula del Concierto Económico a un nuevo pacto político con el Estado?

-Como fórmula intelectual o jurídica me parece que lo que hay detrás es un retorno a un cierto autonomismo, pero está bastante mal planteado porque Concierto Económico sin democracia política no es nada. El Concierto en el terreno político es el Estatuto, que se podrá reformar o actualizar. Al fin y al cabo el Concierto también existió con Franco.

-¿Cabe incorporar el derecho a decidir en una futura reforma estatutaria?

-Nosotros no vamos a admitir nunca doctrinalmente el derecho de autodeterminación, pero si hay consenso político estamos dispuestos a incorporar la posibilidad de una consulta legal en aquellas competencias que nos correspondan en una reforma del Estatuto, tal como lo han hecho los catalanes y los andaluces, así como la introducción del mecanismo de los derechos históricos.

-¿Sigue pensando que es posible explorar esa vía de los derechos históricos?

-Sí, siempre y cuando se contemplen en el marco estatutario.

-Tantos años en la brecha y dando vueltas a los mismos problemas. ¿No le desanima?

-Eso puede producirse sólo cuando estás bajo de moral, pero ahora estamos muy animados porque al final de tantos años estamos viendo la oportunidad de un cambio. Hay una luz en el túnel.

-Quizá en un país normal usted se hubiera dedicado a otra cosa.

-Pues supongo que sí. Dedicarse a la política es duro en Euskadi y en otros sitios demasiado fácil. Aquí te juegas algo más que ganar unas elecciones, aquí te peleas sobre principios y valores. Yo tenía otras inquietudes vitales. La Universidad, por ejemplo. Pero hacer política en Euskadi ha sido y es un privilegio.