Perico Oliver Olmo, historiador, antimilitarista y ex insumiso

Tras el fin de la mili el primer gran reto del movimiento antimilitarista es reinventarse. Pronto quedó demostrado que con la conscripción también terminaba un ciclo de 30 años de movilización. Desde entonces, el movimiento antimilitarista ya no tiene ni tanto protagonismo ni tantas oportunidades para plantear debates. Por si eso fuera poco, las Fuerzas Armadas han recuperado a ojos vistas la capacidad de influencia social que habían perdido, hermoseando cada vez con más eficacia las nuevas caras del militarismo. Aunque los valores y el repertorio de acciones sean los mismos, lo más importante sigue siendo atribuirle sentido a la necesidad de la militancia en el antimilitarismo. Será más trascendente detenerse en el porqué del antimilitarismo que en la promoción de su activismo. Quizás por eso los grupos antimilitaristas más conscientes dedican sus mejores esfuerzos a reinventar el repertorio de expectativas, para que la pequeñez no sea sinónimo de irrelevancia.

El segundo gran reto del movimiento es saber permanecer. Lo hace cuando está presente en otros movimientos sociales, y cuando crea redes propias y coordinadoras internacionales, o cuando realiza acciones noviolentas contra instalaciones militares y campañas de objeción fiscal y contra los gastos militares, además de denunciar esa pedagogía gamberra que los ejércitos llevan a cabo en colegios y ferias infantiles. A nadie se le escapa que en estos momentos el movimiento antimilitarista ni puede (ni se plantea) tumbar un marco normativo concreto mediante una campaña de desobediencia civil que sea masiva e imaginativa y esté apoyada socialmente, tal y como ya hizo cuando ayudó a abolir la conscripción a través de la objeción de conciencia y la insumisión. Pero tampoco es muy difícil observar las señales de su auténtica influencia cultural en un mundo tan belicoso como el actual, donde la guerra se ha hecho omnipresente y determinante: hay todo un legado de ideas favorables al pacifismo político que pone a la defensiva a los voceros de las políticas militaristas, a los que defienden la producción y venta de armas, a los que justifican las guerras preventivas, etcétera.

Si algo demuestra que el movimiento antimilitarista influye socialmente es que, con sus valores y sus mensajes, consigue dinamizar el movimiento pacifista y politizar el antibelicismo cultural que comparte buena parte de la sociedad.

Publicado en Diagonal web nº 96  www.diagonalperiodico.net

 


20-02-2009
20º aniversario de la insumisión

Grupo Antimilitarista de Carabanchel
Diagonal
En los 12 años que duró la campaña de rechazo a la mili, 50.000 jóvenes se declararon insumisos y
1.670 acabaron en la cárcel. El movimiento antimilitarista celebra ahora una oleada que recorrió
todo el Estado.
El 20 de febrero de 1989, 57 jóvenes pusieron en marcha la campaña de insumisión promovida por
el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), declarándose insumisos ante los gobiernos
militares del Estado español. Se negaban a hacer la mili y la Prestación Social Sustitutoria (PSS) de
18 meses como alternativa al servicio militar obligatorio. 11 fueron detenidos e ingresados en
diferentes prisiones militares.
Se trataba del inicio de lo que iba a ser la más exitosa campaña de desobediencia civil en el Estado
español y en Europa. A lo largo de los 12 años que duró la lucha, 50.000 jóvenes se declararon
insumisos y 1.670 acabaron en la cárcel por defender su derecho a no hacer la mili ni la PSS. La
fortaleza de esta estrategia de desobediencia civil se basó en el desarrollo de un potente colchón
social: por cada insumiso, cuatro personas de diversa condición social y laboral se auto inculpaban
de cometer el mismo delito. Cada desobediente generaba la movilización de un grupo de apoyo y
su entorno, mientras movimientos sociales, sindicatos y ONG se unían al boicot a la PSS. La red
solidaria se extendió como una mancha de aceite: el virus de la insumisión infectó a todo el tejido
social.
La insumisión es heredera de la objeción de conciencia de los años ‘80 y del trabajo de grupos de
mujeres antimilitaristas. Aquellos objetores fueron amnistiados y quedaron libres de sus
obligaciones militares. Sin embargo, varios de ellos creían que la mayor duración de la PSS
penalizaba a los objetores y que se trataba de un trabajo esclavo que eliminaba puestos de trabajo.
Para ellos, el objetivo debía ser la desaparición total del servicio militar. Con la renuncia a la
amnistía, volvían a ser llamados a filas. Cuando esto ocurrió, se declararon insumisos.
El primer juicio militar contra insumisos se celebró el 16 de noviembre de 1989 y en ese año se
produjeron las primeras condenas de cárcel que los insumisos cumplieron en cárceles militares. En
1991, los casos de insumisión al servicio militar pasaron a la jurisdicción civil. Si el Código Penal
Militar fijaba la pena mínima para los insumisos a la mili en un año de prisión, el Código Civil
establecía unas penas más altas para ambos tipos de insumisión: de dos años, cuatro meses y un
día hasta seis años. En 1995 se aprueba un nuevo Código Penal que mantiene las condenas de
cárcel.
Al año siguiente, el nuevo Gobierno de Aznar anuncia la profesionalización de las Fuerzas Armadas.
El último reemplazo de la mili dejará los cuarteles en diciembre de 2001. Poco después, el Ejecutivo
se ve forzado a reformar el Código Penal y el Código Penal Militar para eliminar los delitos
relacionados con la insumisión: se produce una amnistía para cerca de 4.000 insumisos procesados
y unos 20 insumisos en los cuarteles.
Tras aquellos años dorados, el movimiento antimilitarista sigue trabajando en la desmilitarización
de la sociedad en frentes como las movilizaciones contra las guerras, la desobediencia al gasto
militar, el desmantelamiento de las instalaciones militares y su reconversión a uso civil o las nuevas
luchas contra la OTAN. Y lo hace en un contexto en el que la existencia de un Ejército profesional
intenta ser vendido y legitimado como una opción laboral más, como una ONG vestida de caqui,
indica el movimiento. Parafraseando algo que los antimilitaristas decían no hace tanto tiempo: «Si
acabar con la mili fue divertido, abolir los ejércitos será un fiestón».
Diferentes estrategias
Aunque la opción más extendida fue la iniciada por el MOC, consistente en presentarse a los juicios
e ingresar en prisión, asumiendo una línea noviolenta, hubo otras estrategias. Colectivos libertarios
y autónomos como Los invisibles promovieron la «insumisión total», en la que los reclutas eran
juzgados en rebeldía. Los Mili KK y el grupo Kakitzak, uno de los más representativos de Euskal
Herria, como los anteriores, evitaron inscribirse en la noviolencia, aunque todas sus acciones lo
eran. En los últimos años, el MOC lanzó la campaña Insumisión en los Cuarteles.

www.rebelion.org 20/02/09

F. MENDIOLA Y M. NOGUERAS, MIEMBROS DEL MOC Y EX INSUMISOS

Jara Calvo / Pamplona-Iruña

Fernando Mendiola y Manolo Nogueras vivieron la campaña de insumisión en Pamplona y en Zaragoza, respectivamente. Ambos pasaron por la cárcel.

DIAGONAL: Cuando se acerca el fin de la mili se pone en marcha la campaña Insumisión en los Cuarteles. ¿Cómo valoráis esa estrategia?

FERNANDO MENDIOLA: Uno de los motivos del éxito de la campaña de insumisión en Navarra fue el uso de la cárcel como una herramienta política clara. Fuimos a la cárcel, allí desobedecimos, estaba muy claro que los presos éramos un altavoz. La cárcel era un continuo hervidero, y eso hizo que fuese a más.

MANOLO NOGUERAS: Pensando que esa estrategia había funcionado, creímos que también podía hacerlo en los cuarteles. ¿Qué sucede? Que no tuvo la repercusión que podía haber tenido porque el marco era distinto. Los objetivos estaban por cumplir. El único pecado igual fue, quizás, ser demasiado ambiciosos.

D.: Durante esa época hubo una capacidad de movilización que se fue diluyendo. ¿Pensáis que se podía haber mantenido esa tensión?

M.N.: Difícilmente, porque pocas veces se encuentra un objetivo tan claro como el fin del servicio militar obligatorio y vas y, encima, ganas. Es difícil mantener el nivel de tensión. Las cosas, además, no se pueden reproducir.

F.M.: En parte, estaba cantado que iba a pasar. Llegó el fin de la mili y muchos grupos, sobre todo en Pamplona, acusaron un agotamiento por la campaña.

M.N.: No hay que desdeñar el papel de la represión. En mi grupo estuvimos todos presos.

F.M.: En ese momento perdimos mucha fuerza porque la gente necesitaba un respiro. Igual era la ocasión de haber trabajado de una forma más estratégica, de mantener los contactos, el colchón social…

D.: ¿Se quedaron muchas cosas en el tintero?

F.M.: En Euskal Herria no fuimos capaces de hacer una lectura antimilitarista del conflicto. Teníamos recetas para todos menos para nosotros. Teníamos muy presente el valor del consenso y pensábamos que era muy positivo sacar adelante el mensaje antimilitarista y una práctica desmilitarizadora como la insumisión. Por eso se trabajó con mucha gente con la que teníamos diferencias, pensando que ese trabajo en común era positivo y que estaba también desmilitarizando la sociedad y el propio conflicto.

D.: ¿Qué supuso la campaña de insumisión en el recorrido de los movimientos sociales?

M.N.: La certeza de que se puede ganar. Saber que has dado con una herramienta que funciona. Claro que reunía condiciones que es difícil volver a encontrar.

F.M.: Los movimientos sociales estaban en ese momento muy vinculados a partidos políticos. Éste fue un movimiento autónomo, sin jerarquías, con una estrategia pública que proporcionó mucha frescura, y la idea de que la desobediencia bien trabajada no es una varita mágica, pero puede dar sus frutos.

F.M.: En Navarra, la insumisión tuvo una repercusión especial, porque, tradicionalmente, el antimilitarismo había tenido mucha fuerza, fue de los pocos sitios donde salió ‘no’ a la OTAN, había un componente nacional que hacía que hubiese un mayor número de insumisos… Y a esto se sumó que es donde más represión hubo. Aquí se juzgó a todo el mundo. Estamos hablando de unos mil insumisos. Había pueblos en los que nadie iba a la mili, sobre todo en la zona de montaña. Hubo valles totalmente insumisos. En los grupos antimilitaristas se trabajó bastante ese mundo rural. Además, influye el tema identitario, son zonas euskaldunes…El discurso del MOC nunca ha sido ése, pero sería absurdo negar que en la base del éxito en ciertas zonas está el componente identitario.

M.N.: Las redes sociales actuaban ahí de una manera multiplicadora. Si a éste lo reprimen, pues no vamos nadie. Aquí el tejido social es más rico y entonces era aún más rico.

D.: La insumisión formaba parte del movimiento antimilitarista con unos objetivos más generales. ¿Qué errores se dieron para que la capacidad movilizadora no se mantuviera en torno a esos objetivos?

F.M.: En ese momento de transición quizás deberíamos haber hecho un trabajo más de estrategia, de atar contactos…

M.N.: Sabíamos que lo de la mili era uno de los objetivos del movimiento antimilitarista y que cuando eso concluyera, con una victoria que, en el último tramo, parecía cantada, deberíamos haber previsto aquella desmovilización tan grande. Pero tampoco supimos prever el éxito. F.M.: Se decía que sólo hablábamos de la mili, pero no se tiene en cuenta que cuando más se habló de gasto militar, de educación para la paz, de objeción fiscal… fue cuando hubo insumisos en la cárcel. Se utilizó la represión para dar ese mensaje global que nunca estuvo más presente en la calle que entonces.

D.: ¿En torno a qué se ha reconfigurado el movimiento hoy?

M.N.: A vista de pájaro, si tuviera que agrupar a los antimilitaristas hoy, lo haría en torno al MOC. Lo que pasa es que ahora las tendencias antimilitaristas están presentes en un montón de grupos locales que trabajan temas de lo más variado, cosa que antes no pasaba. Ha pasado a ser un tema transversal. No voy a pecar de optimismo y decir que se ha impregnado todo, pero sí es cierto que hay valores que están en muchos más sitios, como el método de trabajo, lo antimilitar como valor descriptivo de cualquier grupo del movimiento alternativo…

F.M.: Tampoco la desobediencia civil es una varita mágica. Si se ha incorporado a muchas estrategias de lucha es por la presencia pública que tuvo con la insumisión.

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