Nos encontramos con Wafa en una cooperativa de Belén, Cisjordania. A Fatma la vimos en un campamento de refugiados en el desierto del Sahara. A Aysel en el Te Clandestino, en el centro de Estambul. A Sonia frente a la Plaza Flores, en un barrio bravo de Buenos Aires. Y a Rosa en Guanal, una comunidad rebelde de la selva Lacandona, Chiapas. Tienen en común, además de ser parte de la lucha que libran los movimientos emancipadores de sus países, que protagonizan sus propias batallas, las de las mujeres dentro de las luchas. Son, todas, mujeres guerreras.
Para una mujer, en cualquier parte del mundo, es difícil luchar y desenvolverse en condiciones de igualdad y justicia, y para estas mujeres también, con la diferencia de que están organizadas. Wafa, por ejemplo, tiene claro que el problema mayor es la ocupación israelí de los territorios palestinos (y todos los horrores que conlleva), pero además, señala, «las mujeres enfrentamos la presión de la sociedad». Wafa cuenta que si las palestinas se organizan con velo y con toda la tradición, todo es más fácil, pero si se atreven a rebelarse es mucho más difícil. Aun así, sonríe, «lo hacemos».
Rosa, tzeltal de la comunidad selvática de Guanal, Chiapas, se dice orgullosa de la organización zapatista, pues «la lucha nos ha cambiado la vida. Pero falta». Reconoce: «cuesta mucho que una mujer acepte un cargo, porque se piensa que la mujer sólo sirve para hacer el aseo de la casa, casarse y tener hijos. Pero ya se está cambiando. Me gusta ser promotora de educación autónoma, así podemos hacer más cambios».
Desde uno de los cuatro grandes campamentos de refugiados saharauis, Fatma asume que «la lucha principal es por la liberación y la recuperación de nuestro territorio, pero debe combinarse con la lucha por el reconocimiento y la superación de la mujer. Somos árabes y musulmanas, pero esto no es sinónimo de discriminación; las mujeres saharauis somos ejemplo concreto de esta otra realidad».
Y Aysel, una cocinera kurda radicada en Estambul, afirma: «Tengo esperanza de que algún día mi pueblo sea reconocido. Por un lado hay un Estado represor y por otro una organización armada en la que no me siento representada. Hay que buscar, como mujeres, otra alternativa».
En un barrio de Buenos Aires, Sonia, trabajadora sexual organizada, alza la voz: “Luchamos por libertad, por ser vistas y escuchadas, por dignidad… la prostitución te hace sentir culpable y sucia, entonces hay que rescatar la identidad, no avergonzarnos de la imagen que nos devuelve el espejo. Así, sin culpas y reconociéndose víctimas de un Estado y de sus políticos, luchar por nuestros derechos, contra la violencia y contra la explotación”.