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7/6/2009 El Periódico.com
El político bueno y el político malo
- • La línea moral que distingue y opone el uno al otro es el respeto y el servicio al bien colectivo
- Foto: MARTÍN TOGNOLA
JOSÉ ANTONIO González Casanova*
No hablo de un buen político o de un mal político según sus aciertos o errores profesionales. No me fijo en su bondad o maldad íntimas, cosa de arriesgado juicio, si bien influye en la ética que rija su conducta pública. Lo que pretendo es trazar, sin maniqueísmo alguno, la línea moral que distingue y opone el uno al otro a partir del propio concepto de política.
Es archisabido que «lo político» designaba en la Grecia clásica todo cuanto concernía a la polis, a la ciudad. Hoy se refiere a todo ese amplio conjunto de entes políticos que van desde el más humilde distrito municipal hasta el Gobierno de un mundo globalizado, pasando por los estados nacionales y sus comunidades internas. A todos ellos sigue siendo aplicable la definición que de la polis nos dio Aristóteles: «No es una mera comunidad de territorio, sino de vida buena y feliz. Su finalidad no es solo convivir, sino hacer el Bien de todos compartiendo el sentido común de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y demás valores humanos». Por lo tanto, todas las personas somos políticos. Nada del mundo nos es ya ajeno. Todo nos engloba, afecta y concierne. Eso nos impone el deber moral de participar en el pilotaje de la nave común hasta en la más pequeña de sus barquillas.
En la polis, los que pasaban de ella, los particulares, eran llamados idiotes. Hoy lo serían los apolíticos y, en primer lugar, quienes ostentan el poder legal o fáctico de imponer a la ciudadanía su interés particular sobre el común, su partícula minoritaria sobre la generalidad (la Generalitat) del país. De ese concepto esencial de lo político como sinónimo de lo colectivo, general y común, que a todos interesa y afecta en su derecho humano a una vida buena y feliz, surge la magna división que trazo entre el político bueno y el político malo.
El primero se pone al servicio público de lo colectivo. Hace el bien y es justiciero para que la generalidad de la gente goce de esa vida que merece. Por tanto, ser un político bueno es ser, sencillamente, un auténtico político, un político de verdad. El segundo, en cambio, está al servicio de su propio medro y por eso se consagra, antes que al interés común, a los intereses particulares de los poderosos. Hace lo que le conviene a él mismo y a estos. En eso consiste su espíritu de justicia. No es más que el lacayo de un sistema económico que provoca un permanente estado de malestar a millones de seres humanos y a la naturaleza. Antepone a la vida buena de todos la buena vida de unos pocos.
En puridad, este individuo, más que apolítico es antipolítico, pero precisa, en un régimen formalmente democrático, vestirse con la blanca toga de candidato electoral, dispuesto a gestionar los intereses de aquellos cándidos que confían en que les represente y les gobierne. Ese enemigo de la democracia se infiltra en el campo del contrario para hacerle creer que el bien común que nos beneficia a todos coincide con el de sus amos. Sus armas son la corrupción innata del capitalismo, la amoralidad de un país desmoralizado y los medios de comunicación venales.
Si la política es acción altruista y solidaria, fruto del amor a una humanidad que intenta crear una sociedad material y espiritualmente comunitaria, sus agentes, los políticos buenos, deberían, en buena lógica, ser sinceros defensores del ideal democrático y humanista que anida en el pensamiento anarquista, socialista y comunista, pese a antiguos errores y excesos de unos políticos malos. El lugar natural de estos últimos sería la derecha (más o menos extrema, según las circunstancias históricas), y por eso algunos acuden a ella como agentes subversivos, pero ahora para socavar la democracia comunitaria pagados por los conservadores del capitalismo y disfrazados de sensatos defensores del pueblo ignorante y manipulable. Con todo, su gran arma es corromper a los políticos buenos.
Las izquierdas se corrompen si no arrancan a fondo la raíz capitalista de la corrupción mientras practican la misma ética que las derechas: buscar el beneficio personal; trepar a codazos desleales por la pirámide burocrática del propio partido; ceder a la presión de intereses particulares egoístas en espera de algún premio futuro y a costa del interés colectivo. No hay político peor que uno malo de izquierdas. El de derechas engaña, pero la gente ya cuenta con ello. El izquierdoso engaña dos veces, pues hace perder toda esperanza al ciudadano honrado e inutiliza el sincero esfuerzo de sus compañeros mejores, los políticos buenos. De ese modo, traiciona a la política en alianza objetiva con la no menos hipócrita derecha.
*Catedrático de Derecho Constitucional y ensayista.
Vandana Shiva
Activista antiglobalización y defensora de la agricultura ecológica
Vandana Shiva ( 1952 Uttarakhand, India) es una figura mundial en la defensa del Medio Ambiente. Científica, filósofa y escritora es fundadora de varias organizaciones para la difusión de la agricultura ecológica y el mantenimiento de la diversidad. Símbolo del ecofeminismo, recibió el Premio Nobel Alternativo en 1993. Ayer ofreció la conferencia «Democracia en la tierra» en la feria Bioterra.
Maider EIZMENDI |
Minutos antes de su intervención ante los medios de comunicación, Vandana Shiva caminaba pausada ante los stands de la feria anual Bioterra. Sin embargo y, a pesar su cara afable, su actitud es tajante cuando comienza a hablar de las grandes multinacionales, como Monsanto, a quienes acusa de ser las responsables de que un billón de personas no tengan en la actualidad acceso a la alimentación y al agua potable.
Vandana Shiva es un referente mundial en la lucha por los pobres, por el medio ambiente, contra la biopiratería, por los derechos de la mujer… «Mi objetivo en la vida es celebrar la vida en toda su belleza, en toda su alegría, y luchar ferozmente contra todo lo que no nos permita llegar a ello», resume ella.
Con contundencia afirma que «en las dos últimas décadas hemos sido dominados por una ideología fundamentalista de mercado», que «ha reducido el mundo a un mero supermercado, ha reducido al ser humano a un mero consumidor, ha robado trabajo a la gente, ha robado la producción…». Afirma convencida, sin embargo, que a ese sistema se le dio muerte en setiembre de 2008, «porque un sistema en el que los seres humanos consumen y no producen no puede durar, un sistema en el que explotamos la tierra sin límites no puede durar…».
Sobre la actual crisis mundial, Shiva sostiene que pueden darse dos eventuales escenarios: «La crisis actual puede profundizar aún más esta situación si la respuesta es salvar a los que la han originado. Si todos los rescates son para los bancos, que son quienes han creado el caos, o si las prestaciones son para los contaminantes que acuden a las negociaciones sobre el clima… Habría una convergencia más importante entre el poder del dinero y el poder político; eso se llama dictadura». En cambio, en opinión de Shiva, la crisis también podría traer consigo la oportunidad de crear alternativas: «Podemos formar economías adaptadas a la gente, que los estímulos que se den se dirijan a ello, y, al mismo tiempo, reclamar los derechos perdidos de la gente». Sí, «la crisis también puede ser una oportunidad».
Su propuesta principal es lo que denomina «democracia de la tierra»: «Lo llamo así porque debemos incluir todas las especies en esta nueva democracia; una democracia sólo humana, que no respete los derechos ecológicos de otras especies, también finalizará con la pérdida de los derechos del ser humano».
Subraya una y otra vez que a día de hoy un billón de personas no tiene acceso a alimentos ni a agua potable y que la única manera de poner remedio a esta situación «es impulsar un sistema en el que reconozcamos los derechos de todos a acceder a los recursos de la tierra». «La democracia de la tierra se basa en la economía sostenible, en economías vivas y también en la democracia viva porque la democracia actual esta muerta», explica.
Su propuesta tiene una base sólida y unas referencia previas: «Hace más de 25 años empecé a construir estas economías vivas, esta democracia viva semilla a semilla, agricultor a agricultor, persona a persona. En el pasado ha habido revoluciones basadas en lo que decidían unos pocos para el futuro y a menudo a través de la violencia. Pero los cambios radicales actuales solamente serán posibles si todo el mundo participa y si creamos un cambio no violento sino radical».
Pero a su juicio, además de la crisis económica, actualmente la población sufre una grave crisis ecológica y social «que se refleja en el aumento del terrorismo, del fundamentalismo y en la alineación de la gente, en el desencanto que sufre». Estas tres crisis tienen «las mismas raíces y, por lo tanto, pueden tener las mismas soluciones». Es posible atajarlas «simultáneamente a través de una economía inclusiva basada en lo local; una economía de la vida en lugar de una economía de la muerte».
La soberanía alimentaria es, en su opinión, «vital», porque, «después de todo, nosotros somos lo que comemos». Pero también lo es a nivel económico y político, «porque las principales guerras se libran por el alimento».
Ante las afirmaciones de que una agricultura ecológica no sería capaz de dar repuesta a las necesidades alimentarias mundiales, se muestra tajante: «No creo que haya una mentira mayor. De hecho estamos viviendo una crisis porque la agricultura industrial ha gastado los recursos de la tierra. Invierte diez veces más energía para lograr el mismo resultado». En su opinión, proponer el uso fertilizantes químicos a día de hoy «es criminal», entre otras cosas, porque sabemos que es una de las causas del cambio climático, los fertilizantes emiten gases de efecto invernadero».
Para que los cambios que ella propone llegue a un buen puerto es importante la concienciación de la población. «Los cambios provienen de un cambio de mentalidad, nuestra mente ha sido capturada y tenemos que liberarla». Pero para ello, es imprescindible tener acceso a «la realidad que se nos oculta; la concienciación se basa en la información real, no en la propaganda».
La ecologista y feminista india incide además en el papel que deben jugar las mujeres. «Las mujeres han cuidado de las semillas alrededor de todo el mundo, han sido las agricultoras del mundo y ahora se les roba sus semillas, su figura en la producción; las mujeres son como el sexo dispensable y, por ellos, se ha experimentado un aumento de la violencia contra ellas. El reconocimiento de las mujeres como centro de la agricultura es vital para la soberanía alimentaria y para detener la violencia sobre las mujeres».
Su labor como el de toda la población para salvaguardar las semillas ha de ser enérgica. «Las semillas no son un invento de las corporaciones, por lo tanto, no pueden ser propiedad patentada; las semillas deben compartirse libremente». Con ese objetivo creó el movimiento Navdanya, que ha creado más de cincuenta bancos de semillas comunitarios.
Asegura, no obstante, que hay que ir más allá: «Espero que nos unamos y pongamos en marcha mecanismos legales, quizás debamos aprender del software libre».