25/10/09 |
“La población es sensata, pero le falta información; los intelectuales tienen información, pero carecen a menudo de sensatez.” Candice Vanhecke entrevistó el pasado 16 de octubre a Jean Bricmont en el contexto de su trabajo de final de estudios en la Universidad Libre de Bruselas (2009) intitulado: El derecho de injerencia humanitaria en la prensa francesa. (Las Guerras de Kosovo (1999) y de Georgia (2008) vistas por Marianne y Le Nouvel Observateur). ¿Qué piensa sobre el tratamiento mediático de la guerra en Osetia del Sur que tuvo lugar el último verano? Lo peor. De hecho, los periodistas trataron la guerra en Georgia de manera exactamente inversa a como habían tratado la guerra de Kosovo. Sin embargo, la situación en Georgia en muchos aspectos era similar a la de Kosovo. En ambos casos, estábamos en presencia de una población enfrentada con el poder central. Dónde ambos casos divergen, es en que Kosovo formaba parte desde hace tiempo de Serbia, mientras que Osetia del Sur fue incorporada a Georgia sobre bases administrativas en la época de Unión Soviética. Por eso la voluntad de los georgianos de recuperar Osetia del Sur me parece mucho más discutible que en el caso de los Serbios y de Kosovo. Lo que los georgianos hicieron en Osetia el último verano es un poco como si hoy los serbios quisieran repetir Kosovo, lo que ciertamente no deseo. Si lo hicieren, habría un diluvio de ataques contra ellos en la prensa occidental, mientras que cuando Saakachvili decidió bombardear a los osetios para forzarlos a volver al regazo georgiano, claramente todo el mundo encontraba esto comprensible. Análogamente, los rusos han sido muy criticados por haber ayudado a los osetios, mientras que la OTAN fue felicitada por haber apoyado a los albaneses de Kosovo. Podemos, pues, indignarnos con la reacción de la prensa en relación a la guerra de Georgia, pero, con todo y con eso, esa reacción no tiene nada de asombroso. Ilustra perfectamente el principio puesto de relieve por Noam Chomsky y Edward Herman, según el cual habría «buenas» y «malas víctimas». Cuando se comete un crimen, ya se trate de una guerra o de un atentado, y viene del campo occidental o de un aliado de Occidente, las víctimas son consideradas «malas víctimas «, lo que significa que casi no se habla de ellas en la prensa y que se va a presentar el acontecimiento en el momento más favorable para nosotros. Y la prensa reacciona de manera inversa cuando es el campo opuesto el que comete un crimen y provoca víctimas. Un bello ejemplo de este principio de «buenas» y de «malas víctimas» lo hemos visto recientemente con el golpe de Estado en Honduras. Presentamos al presidente derrocado como a alguien que quería monopolizar el poder alterando la Constitución, a fin de lograr un nuevo mandato. Ahora bien; cualquier dirigente tiene el derecho de querer cambiar la Constitución. Sarkozy lo hizo, y nadie gritó que negaba la democracia por eso. Comprobamos, pues, que hay una política sistemática de doble rasero, de dos varas de medir aplicadas por los medios de comunicación. Si son los «enemigos» de Occidente quienes cometen crímenes, invaden a su vecino, etc., entonces las víctimas se destacan con grandes titulares; mientras que en el caso inverso, apenas se menciona el asunto. Es algo totalmente previsible. En cuanto a Honduras, la lucha por el restablecimiento de la democracia continúa allí, pero hablamos de eso muy poco: basta comparar con Irán. ¿Entonces esta famosa noción de injerencia humanitaria, sólo los occidentales podrían reivindicarla? Chomsky da el ejemplo de la intervención India en Paquistán oriental. Paquistán occidental es lo que se llama hoy Paquistán, y Paquistán oriental es el actual Bangladesh. En los años 70, hubo una guerra de independencia del Paquistán oriental, enfrentado al Paquistán occidental. Paquistán occidental envió tropas a la parte oriental, las cuales perpetraron numerosas matanzas. Los indios intervinieron, lo que hizo posible la independencia de Bangladesh. En esa época, casi todo el mundo en Occidente criticó vivamente esa intervención. Otro ejemplo: Pol Pot y los Khmers rojos. En general, sus atrocidades son invocadas para justificar el derecho de injerencia. Pero lo que se olvida es que el régimen de Pol Pot se acabó gracias a la intervención de Vietnam. Y en aquel momento, en 1979, los vietnamitas fueron también muy criticados. Podemos discutir sobre la legitimidad de las intervenciones indias y vietnamitas en términos de violación del derecho internacional, pero eran intervenciones que tenían efectos muy humanitarios. Pero esas intervenciones jamás han sido consideradas en Occidente desde este punto de vista. Casi por definición, el derecho de injerencia es legítimo, sólo si somos nosotros quienes lo ejercemos. El principio de la injerencia humanitaria autoriza la intervención, incluso militar, de países poderosos en los asuntos internos de países más débiles (manifiestamente, la injerencia siempre puede ir sólo en esa dirección). Pero todo el derecho internacional se funda en la idea de que hay que impedir este género de intervención, y esto en parte a causa de la política alemana antes de y durante la Guerra. No hay que olvidar que una de las primeras agresiones hitlerianas se produjo en 1938 con la anexión del país de los Sudetes, una parte de Checoslovaquia poblada en la época por una minoría germanófona y germanófila que acogió en general bien su «liberación» del yugo checo. Reprochamos siempre a los dirigentes franceses e ingleses de la época el haber aceptado esa anexión en Munich, pero la cuestión que se planteó en aquel momento era justamente saber si había que permitir o no una » injerencia humanitaria » (liberar una minoría que se consideraba como oprimida). Hay que saber lo que se quiere. O bien era legítimo que los alemanes acudieran en ayuda de la minoría de habla alemana en Checoslovaquia, y entonces el pacto de Munich era aceptable; o bien no lo era, por las razones más globales del derecho internacional, pero no se ve porqué ciertos políticos actuales que promueven la intervención humanitaria lo condenan. La ironía es que la invocación a «Munich» es ubicua en la actual guerra de propaganda. En cuanto se propone mantener negociaciones o aceptar un compromiso, por ejemplo, hoy con Irán, el campo belicista destaca a Munich como el paradigma de la cobardía y de la capitulación frente al «Mal». Pero Munich fue, en cierto sentido, una aceptación del «derecho de injerencia» avant la lettre. ¿Según usted, la intervención de Rusia en Georgia muestra el ingreso a una era donde cada gran potencia, fuera de los Estados Unidos y Europa, se puede aventurar a lanzar guerras bajo pretextos humanitarios? Ciertamente, ese es el problema de la caja de Pandora, la que se abre pero que luego no se sabe cómo cerrar, según dijo Chirac en el momento de la invasión de Irak. Dicho esto, ya la habíamos abierto en el momento de la guerra de Kosovo, a la que Chirac no era aparentemente muy favorable. Pero Chirac sabía bien que, dada la presión de los medios de comunicación, una negativa a entrar en guerra le habría costado la elección presidencial frente a Jospin, quién sí era un decidido partidario a la intervención de la OTAN. Bertrand Russell decía que discutir sobre responsabilidades en la Primera Guerra mundial era un poco como discutir sobre las responsabilidades en un accidente de carretera en un país que careciera de código de circulación. En ese tiempo, en efecto, no había principios rectores de las relaciones entre Estados. Nada prohibía a los austro-húngaros imponer condiciones como las que quisieron imponer a los serbios. Después del atentado de Sarajevo en 1914, los austro-húngaros presentaron a los serbios diez imperativos. Uno de ellos era similar al que figuraba en los acuerdos de Rambouillet antes de la guerra de Kosovo, a saber: que la policía austro-húngara podría imponer su ley en misma Serbia. Y los serbios aceptaron los nueve primeros puntos, salvo el último. A partir de ese momento, los austro-húngaros entraron en guerra, y el resto de Europa se sumergió en la tormenta. En 1999, prácticamente pasó la misma cosa, ya que los acuerdos de Rambouillet preveían que los soldados de la OTAN podrían acampar, hacer tantas maniobras como desearan, etc. en Serbia. Los serbios se negaron, y la OTAN bombardeó Serbia. Es verdad que esto no arrastró a la guerra mundial, pero reforzó mucho un militarismo occidental que encontró así, hasta a los ojos de la opinión «progresista», una justificación humanitaria. La debilidad relativa de la oposición a las guerras en Irak y en Afganistán encuentra, en parte, su origen allí. Mientras que en esa época, los medios de comunicación afirmaban que todos los medios diplomáticos habían sido agotados en Rambouillet… ¡Pero esto lo hacen siempre! Anne Morelli explica en su libro Principios elementales de propaganda de guerra las diez «consignas» de la propaganda. Tome cualquier guerra, y verá usted que esos principios se aplican siempre, señaladamente el que consiste en decir que todos los recursos diplomáticos habían fracasado. El problema es que con las guerras de Kosovo, de Iraq, de Afganistán, pero también con las guerras israelíes, se legitimó la guerra como único medio capaz de resolver los conflictos. En el momento de la guerra de Kosovo, Italia violó el artículo de su Constitución que declara: «Italia renuncia a la guerra como medio de resolver conflictos». Después de la Segunda Guerra mundial, se hiso habitual en Alemania la consigna:» ninguna guerra saldrá de suelo alemán». Constatamos que es un principio que está totalmente liquidado. ¿Y quién liquidó este principio en Alemania? Los Verdes, en colaboración con la socialdemocracia. Eran ellos quienes gobernaban en ese momento, y Joschka Fischer, que era ministro de Asuntos Exteriores, estaba a fondo con la guerra, totalmente, como Cohn-Bendit, dicho sea de paso. Sólo los Verdes, que habían militado contra los misiles en los años 80 y que eran “pacifistas” y “antifascistas”, podían legitimar una guerra librada, en parte, por Alemania contra un país que había ocupado durante la Segunda Guerra mundial. Si otras fuerzas políticas alemanas hubieran hecho esto, las habríamos considerado sospechosas de revanchismo o de militarismo. Recuerdo haber discutido con un miembro importante del partido Verde (belga) que no estaba al tanto los acuerdos de Rambouillet. Yo me había informado de eso en Internet vía fuentes americanas. El New York Times mencionó el contenido de los acuerdos sólo dos días después de la interrupción de los bombardeos (1). No es una casualidad. Con los medios de los que disponen para acceder a las informaciones, si los periódicos quieren tenerlos, los tienen. Lo que es sorprendente, por otra parte, es ver que informaciones de este tipo no son verdaderamente secretas. Y lo que es más importante para la crítica del militarismo, no son las teorías del complot sobre el 11 de septiembre, en las que no creo ni por un segundo, sino los documentos disponibles públicamente, como los acuerdos de Rambouillet o los “memoranda de Downing Street » (2), los que pasaron desapercibidos para los medios de comunicación y fueron, desgraciadamente, poco utilizados por los pacifistas. ¿Después de las guerras de Kosovo, de Irak, de Afganistán, pero también de Georgia, piensa que el derecho internacional y la ONU tienen todavía un futuro, o definitivamente han sido enterrados con estas guerras? Espero que tengan todavía un futuro, porque no pienso que la agresión de un país contra otro pueda resolver los problemas, cualesquiera que sean. Primero, hay que darse cuenta cabalmente de que la inmensa mayoría de los países del mundo continúan defendiendo la concepción clásica del derecho internacional, fundado en el respeto de la soberanía nacional. Además, Bush, aunque hubiera cometido crímenes monstruosos, tuvo la ventaja, si se puede decir así, de haber colocado a los Estados Unidos en una situación imposible; y ni siquiera sólo a los Estados Unidos, sino también a todos los defensores del derecho de injerencia humanitaria. Las reglas instituidas en 1945 fueron hechas para entender de situaciones como las que permitieron a Hitler invadir Checoslovaquia (y a Bush invadir Irak). Podemos, evidentemente, cambiar esas reglas. Pero no podemos volver a un estado de vacío jurídico internacional. Entonces el derecho de injerencia humanitaria se reduce a esto: nada define quién tiene el derecho a injerir, ni en qué condiciones, y en la práctica, esto vuelve a legitimar el derecho del más fuerte. Otro problema que se plantea es que esa injerencia sólo se realiza cuando andan de por medio intereses económicos o geoestratégicos … En el caso de Kosovo, la verdad es que no había muchos intereses directos en juego, sino que, en cierta medida, las razones fueron más ideológicas que económicas: darle una legitimidad «humanitaria» a la OTAN. Evidentemente, podemos siempre encontrar intereses, si los buscamos, pero no todas las guerras se explican por intereses económicos o geoestratégicos. Hay una verdadera dinámica ideológica que subyace a ciertas intervenciones. Bosnia fue la causa sagrada de toda una generación; por eso, cuando hubo una crisis en Kosovo, había una verdadera voluntad de intervenir “por razones humanitarias”, por lo menos en los medios de comunicación y en una parte de la opinión pública. Además, podemos decir que era un tipo de guerra “de izquierda”. Una guerra de izquierda llevada a cabo por la OTAN, pero una guerra de izquierda, puesto que hasta los mismos Joschka Fischer y los Verdes alemanes estaban a favor; y Jospin más que Chirac… Verdaderamente, pienso que la injerencia humanitaria es una especie de religión de nuestro tiempo. El cristianismo o la misión civilizadora lo fueron en el pasado. Evidentemente, hay siempre razones económicas por doquiera; y siempre podremos encontrar intereses económicos «agazapados», si queremos. Pero hay que razonar también en términos psicológicos, para ver en qué medida es verdaderamente la economía la razón principal de las intervenciones y de las guerras. El argumento que refuta la idea de que toda razón para hacer la guerra es forzosamente de naturaleza económica, es que siempre es posible resolver de otro modo los conflictos, sin necesidad de desencadenar una guerra, para hacer negocios y tener ganancias. Por ejemplo, es innegable que los capitalistas norteamericanos hacen fortunas en China y en Vietnam, ahora que hay una paz entre esos países y los Estados Unidos. También podemos pensar que, si hubiera una paz en el Medio Oriente, los territorios ocupados podrían ser un nuevo Singapur. Podrían hacerse fortunas allí. Hay una mano de obra relativamente calificada y barata. Es cínico decir esto, evidentemente, pero si verdaderamente se razona desde un punto de vista económico, los capitalistas pueden tener muchos más beneficios en tiempos de paz que mediante la guerra. Evidentemente, cuando hay una guerra, esto beneficia siempre a los vendedores de armas y a las empresas de reconstrucción. Pero hay que darse cuenta de que hay también un aspecto irracional en la guerra, incluso visto desde un punto de vista capitalista global. Lea a Bertrand Russell sobre este tema; es muy interesante (3). Él siempre polemizó con el análisis marxista de la guerra de 1914-1918, en términos puramente económicos, porque le impresionó el aspecto irracional que acompañó a esa guerra. Las cuestiones nacionalistas son un componente esencial de esta parte irracional. Pueden tener una lejana base económica, pero en cuanto cobran existencia, adquieren su propia dinámica. Palestina ofrece sin duda el ejemplo actual más claro de este género de situaciones. No hay ninguna base realmente económica para este conflicto, ni para el sostén occidental a Israel. Sí, pero en aquella época, Yugoslavia era asimismo una economía cerrada y Milosevic se negaba a abrir a la economía de mercado… Esto no es completamente verdadero. Son las sanciones internacionales las que impidieron hacer de Serbia una economía abierta. Es un error ver a Milosevic como una especie de estalinista que quería cerrar la economía. Milosevic heredó una economía que era la de Tito, que, francamente, no estaba cerrada pero tampoco completamente abierta. Deseaba cuidar la cabra y la col y no vender su país al mejor postor (como hicieron sus sucesores), pero no hay que olvidar que existían sanciones contra Serbia que venían de la época de la guerra de Bosnia. Milosevic quería levantar estas sanciones. Si usted sufre sanciones y quiere levantarlas, eso significa que usted quiere más apertura, no menos. No veo en absoluto esta guerra como una guerra desencadenada principalmente por móviles económicos. La vería más bien como un tipo de cruzada (4). ¿Pero había también unas razones geoestratégicas, no? Sí, los estadounidenses tienen ahora su base en los Balcanes, ¿pero para qué les sirve? De ahí al Medio Oriente no hay mucho trecho… No mucho, pero tampoco tan poco. Pueden poner bases en los Emiratos. Tienen bases en Turquía, también. Si usted algún día va a trabajar en una gran burocracia, observará las influencias de tipo burocrático, las que también a veces escapan al análisis de tipo marxista convencional, económico, etc. El ejército norteamericano, es, entre otras cosas, una inmensa burocracia. Tome por ejemplo las bases americanas en Japón. Después de la guerra con Vietnam y de la distensión con China, no sirven para nada. Los Estados Unidos tienen tropas allá y la gente juega al golf… los soldados tienen una linda vida. Si le gusta el deporte y es un poco macho, es el escondrijo perfecto. Estas bases servirían sobre todo para mantener la idea de que hay un imperio que mantiene el control… Sí, pero hay que ver también los intereses económicos a todos los niveles, es decir que evidentemente hay intereses económicos, pero no son necesariamente los de clase capitalista como tal. Hay intereses económicos de la gente del Pentágono, de los vendedores de armas, de los cabilderos, que se sobreponen con la ideología de dominación mundial, para que, regularmente, una “nueva amenaza” permita conseguir en el Congreso un aumento del presupuesto de la Defensa. Y si alguien protesta, la prensa se le tira encima y afirma que no es patriota. Estamos en relación con una multitud de intereses. Pero, en la medida en que esta política militarista tiene elevados costos, necesariamente no está en el interés de los capitalistas, tomados en su conjunto. Marx veía los gobiernos como una suerte de consejo de administración colectivo de la burguesía. Es verdad en parte, pero, también hay que poder ver ciertas políticas militaristas e imperialistas como resultados de una mala gestión. En el caso de Israel, por ejemplo, resulta cada vez más claro que la camarilla sionista en los Estados Unidos tiene una influencia decisiva sobre la política norteamericana en el Medio Oriente (5). El grado de compromiso norteamericano a favor de Israel es totalmente irracional, y no responde a ninguno de sus intereses. En particular, Israel jamás ayudó de algún modo a los Estados Unidos a controlar el petróleo. Por otro lado, ese compromiso no alcanza tal nivel en ninguna otra parte. Ese sostén se explica solamente por la presión constante de la camarilla sionista acoplada a la culpa vinculada a los acontecimientos de la guerra de 1940-1945. Cada caso debe ser analizado por separado. No hay fórmula general que explique las guerras por el imperialismo o el capitalismo, aunque hay numerosos factores en esos sistemas que crean las condiciones propicias para las guerras. Pero las guerras siguen siendo (afortunadamente) acontecimientos relativamente raros, comparadas, pongamos por caso, con los intercambios económicos, que son constantes. Y evidentemente, las guerras se producían mucho antes del nacimiento del capitalismo. Hasta cierto punto, yo veo la guerra contra Serbia como la consecuencia del imperialismo humanitario, ideología que se mezcló más tarde con la lucha contra el terrorismo en el caso de Irak y Afganistán. En líneas generales, diría que se “vende” la guerra contra el terrorismo a la población, que es bastante inteligente para comprender que, si se tiene dinero para hacer de humanitario, se tiene otra cosa que hacer que la guerra; y la guerra humanitaria, se “la venden” a los intelectuales, que son bastante inteligentes para comprender que se sobrestima la amenaza terrorista. La población es sensata, pero le falta información; los intelectuales tienen información, pero carecen a menudo de sensatez. ¿Para usted, la razón principal de la guerra de Kosovo se derivaría sobre todo de la ideología de la injerencia humanitaria? Cuando comenzaron la guerra, pensaron que duraría tres o cuatro días. Yo había escuchado en la radio que los serbios necesitaban algunos bombardeos para retirarse de Kosovo. Según los medios de comunicación, los serbios estaban contentos de que se los bombardeara, para tener una excusa para retirarse de Kosovo. Pero para los serbios, Kosovo tenía un carácter casi sagrado (6); por eso no se retiraron sino después de transcurrido un tiempo, bajo la amenaza de la destrucción completa de su país, y porque los rusos les dejaron caer. Por otra parte, los serbios firmaron, al final de la guerra, acuerdos que habrían podido aceptarse en Rambouillet y que no se respetaron más tarde. En efecto, esos acuerdos preveían, entre otras cosas, la vuelta a Kosovo de mil policías serbios para proteger a los serbios de Kosovo, lo que les habría sido bien útil, pero que nunca se ha producido. En el desencadenamiento de esta guerra, los factores ideológicos desempeñaron un gran papel. A menudo los pacifistas hacen hincapié en los móviles económicos, reales o supuestos de las guerras, seguramente porque eso muestra a los promotores de la guerra como “verdaderamente malévolos”, un redil de codiciosos. Pero si la guerra es más bien debida al fanatismo religioso o nacionalista o a unas ideologías como la misión civilizadora o la injerencia humanitaria, no veo yo porqué eso habría de volverla más legítima o más simpática. Y si se está persuadido de que muy poca gente se beneficia en realidad con las guerras, incluso entre las clases dirigentes, ello refuerza los argumentos pacifistas. En el caso de Israel, donde el aspecto irracional es el más fuerte, si la clase dirigente norteamericana siguiera sus verdaderos intereses, lo que bien podría bien llegar algún día, el apoyo a Israel se desvanecería. NOTAS: (1) L´Humanité y Le Monde Diplomatique hablaron de esto. (2) Quiénes dan cuenta de negociaciones británicas norteamericanas de alto nivel, en el verano 2002, es decir bien antes a todos los debates sobre las “armas de destrucción masiva” y donde se lee por ejemplo “que parecía claramente que Bush tenía la intención de pasar a la acción militar, aunque su programación aún no se decidía. Pero que la justificación era débil. Que Saddam no amenazaba a sus vecinos y que sus capacidades en ADM eran menores que las de Libia, Corea del Norte o l’ Irán. Ver: http://questioncritiques.free.fr/edito/memo_secret_de_Downing_Street.htm. (3) Por ejemplo, Bertrand Russell, The practice and theory of Bolchevism, Spokesman, Londres, 1995 (edición original, 1920, Allen and Unwin). Probablemente uno de los mejores libros sobre la revolución rusa, escrito mucho antes de los “descubrimientos” sobre el estalinismo”, también una de las mejores críticas del marxismo; por lo que se refiere a las guerras y a la “concepción materialista de le la historia” (es decir, su reducción a causas económicas), Russell señala que la idea, común a los liberales y a los marxistas, según la cual el enriquecimiento es el objetivo natural de la acción política humana parece a priori razonable, pero ignora “el océano de locura sobre el cual flota, de manera dudosa, la frágil barca de la razón humana”. (4) Para repetir el título del libro de Diana Johnstone, La croisade des fous, Le Temps des cerises, Paris, 2005. (5) Ver John Mearsheimer et Stephen Walt, Le lobby pro-israélien et la politique étrangère américaine, La découverte, Paris, 2007 (véase en SinPermiso : « El lobby proisraelí y la política exterior norteamericana ») para un convincente análisis de este punto. Para la análoga situación en Francia, véase: Paul-Eric Blanrue, Sarkozy, Israël et les juifs, ed. Osez dire, Embourg (Bélgica), 2009. (6) Malraux decía mucho antes de estos acontecimientos, que el problema de los serbios, era que tenían su Argelia en su Orléanais. No muy políticamente correcto como formulación, pero tampoco falso. Ver Zivorad Stojkovic, « Si le Kosovo est au coeur de la culture serbe. Deux rencontres avec André Malraux », L’aventure humaine, invierno, n° 10, 1989, pp. 50-52. (7)Ver http://www.ism-france.org/news/article.php?id=12854&type=analyse. Jean Bricmont, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO,es profesor de física en la Universidad de Louvain la Neuve, Bélgica. Es miembro del Tribunal de Bruselas. Su último libro, Humanitarian Imperialism acaba de publicarse en Monthly Review Press (hay traducción castellana en Editorial Viejo Topo, Barcelona, 2009). Es sobre todo conocido en el mundo hispano por su libro –coescrito con el físico norteamericano Alan Sokal— Imposturas intelectuales (Paidós, 1999), un brillante y demoledor alegato contra la sedicente izquierda académica relativista francesa y norteamericana en boga en los últimos lustros del siglo pasado. Una larga entrevista político-filosófica a Bircmont puede verse en el Número 3 de la Revista SINPERMISO en papel (mayo de 2008). : Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez |