En 17 folios, las víctimas que han participado durante un lustro en la Iniciativa Gleencree han resumidos sus experiencias compartidas en un texto con el que todas se sienten identificadas. Este es un resumen en sus propias palabras.
Quiénes somos. “Somos un grupo de personas que tenemos en común haber padecido (…) un enorme e injusto sufrimiento”.
“Durante estos años de intercambio hemos guardado silencio hacia el exterior, tratando de escucharnos y de dialogar sin ninguna incidencia ajena al grupo. Hemos vivido un proceso de encuentro y discusión, difícil y conmovedor, con la intención de que ese paso fuese nuestro grano de arena en la construcción de la paz”.
Los inicios. “En septiembre de 2007, la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco nos propuso realizar un encuentro para ver si era posible un diálogo, y sobre qué bases, entre víctimas de diferente signo: víctimas del terrorismo de ETA y otros grupos similares por una parte y víctimas del terrorismo del GAL y otros grupos, por otra. Ese encuentro se llevaría a cabo en Irlanda. (…) No comentarlo más allá de las personas más próximas fue un reto que todos aceptamos, porque sabíamos que la discreción era una condición básica para todos».
«La experiencia Glencree comenzó en diciembre de 2007. Fue positiva y los primeros participantes propusimos que se extendiera a más personas, manteniendo la reserva que la hizo posible. Otro grupo similar se reunió en diciembre de 2008”. (…)
“En mayo de 2011, (…) participantes en un tercer grupo, que incluyó a amenazados, torturados y víctimas de actuaciones policiales, nos reunimos varios días en Santa María de Meva. Tras estas experiencias, decidimos en una reunión de los tres grupos trabaj juntos en este proyecto”.
Primeros pasos. (…) “Aceptamos la invitación porque queríamos que se hiciera algo para cambiar la situación, para terminar con la violencia, para reconstruir la convivencia y la memoria. (…) Nos enfrentábamos a un reto nuevo: teníamos que compartir nuestra experiencia con personas que habían sufrido injustamente, pero de las que nos separaban aspectos políticos e ideológicos a veces muy importantes. Tendríamos, por tanto, que procesar dolor, rabia, recelos y diferencias para estar unos días juntos y afrontar lo que a todos nos parecía una labor necesaria”.
Nuestros encuentros. “El comienzo en los distintos grupos fue tenso: saludabas y te quedabas ahí. La primera sensación era la de encontrarte con personas totalmente desconocidas y no saber cómo iban a comportarse. (…) Tampoco sabíamos cómo íbamos a reaccionar cada uno de nosotros mismos. Hablar del sufrimiento es doloroso y ante personas que no conoces genera temor”.
(…) “Llegamos a nuestro destino, nos instalamos y al día siguiente comenzamos las reuniones. Lo primero fue presentarnos y contar qué había ocurrido a nuestros familiares o a nosotros mismos. (…) Nos costó mucho, estábamos nerviosos, para algunos era la primera vez que hablaban de eso, para todos fue difícil sacar aquello que está guardado muy dentro y que ha provocado tanto daño”.
Hablar y escuchar. “Es difícil hablar de tu dolor y escuchar el de los demás. (…) En ocasiones se dijeron frases horribles y hubo momentos muy duros. A algunos nos entraron ganas de dejarlo. También fue muy duro, escuchar. (…) Era de alguna manera también parte de nosotros, no era distinto. Lo oyes y te dices: ¿También a vosotros os ha pasado eso? Ahí comienzas a sentir que somos exactamente iguales”.
(…) “Las diferencias políticas se olvidan y te acercas a las personas, te unes a su dolor porque tienes muchas cosas en común, aunque cada caso tenga sus connotaciones”.
(…) “Estábamos llegando al entendimiento de que todos estamos en el mismo lado. Identificamos los estereotipos mutuos. Los que pensábamos que las víctimas del terrorismo de ETA han tenido mucho apoyo nos dimos cuenta de la dejación que habían sufrido e incluso de su utilización política. Los que pensábamos que no había más que sufrimiento y terror que el de un lado, nos dimos cuenta de que otras personas han sido igualmente víctimas y no han tenido reconocimiento. Y eso llevó, por ejemplo, a que la hija de un guardia civil o el hijo de un militar asesinados hablaran afectuosamente con hijas de militantes abertzales también asesinados”.
Buscando un lenguaje común. (…) “Incluso la palabra víctima no nos gusta, le dimos vueltas y más vueltas. No encontrábamos la palabra apropiada, aunque se siguió utilizando la palabra víctima para referirnos a unos y a otros, como en este relato”.
(…) “En muchas ocasiones, la realidad de las víctimas de ETA que salen habitualmente en prensa es muy distinta a la que viven otras, anónimamente. Para otros, conocer la experiencia de una víctima de tortura o del GAL abrió su sentir a cosas que habitualmente se ven desde la lejanía o no se reconocen. Se vio que al final el sufrimiento es el mismo”. (…)
“Todos somos víctimas de vulneraciones de derechos humanos y vemos en esa idea una dimensión compartida. (…) Las diferencias de lenguaje no deberían llevar aparejadas diferencias sobre los derechos”.
Reconocimiento. (…) “Existía una sensación de que todavía falta reconocimiento de todo lo acaecido, sobre todo por parte de las instituciones y que, en otras ocasiones, el reconocimiento moral, social e incluso económico había llegado muy tarde y sin tener en cuenta el paso del tiempo. (…) Se necesita el reconocimiento de todos los que han originado el sufrimiento”.
(…) “Lo esencial es que se nos considere iguales en todos los aspectos de la gravedad de lo ocurrido y en lo concerniente a todos aquellos derechos que fueron conculcados, ya que de lo contrario es imposible sentirse reconocidos”.
(…) “Pensamos que en algún momento podría realizarse algún acto institucional conjunto, pero para ello se necesita también superar la desconfianza. (…) Estaría bien que llegara un momento en que el reconocimiento o la reivindicación de la memoria no fuera en contra de nada sino a favor de algo”.
(…) “Mientras estamos aún en desacuerdo sobre muchas cuestiones de orden político e ideológico, estamos todos de acuerdo en el reconocimiento de las personas que, como nosotros, sufrieron las distintas formas de violencia. (…) Podemos trabajar juntos desde una base ética de respeto a los derechos humanos, a la vida y la integridad personal”.
Una mirada más amplia. (…) “Cuando terminábamos una sesión, necesitábamos descansar, salir, dar un paseo, fumar un cigarro, dar y recibir un abrazo”. “Después seguíamos con más temas. Eso nos permitió compartir muchas cosas y dejarnos tocar por la experiencia del otro. Discutíamos con la cabeza, pero se sentía algo en otro sitio, en el corazón, algo más intenso y fuerte, que a veces se transformaba en un abrazo y, dependiendo del tema, seguir discutiendo o entrando en conflictos, porque no siempre estábamos de acuerdo”.
(…) “Algunos de nosotros jamás habíamos imaginado pasear, tomar un café o charlar con personas con quienes siempre habíamos supuesto que nos separaban tantas cosas. Pensábamos que nada de esto era posible”.
La vuelta a casa. “Al final de los encuentros de cada uno de los grupos se presentó siempre la misma interrogante: la vuelta. Retomar nuestras vidas en nuestros pueblos y con nuestra gente. ¿Es esto algo que termina aquí? ¿Es esto aplicable en la sociedad, en nuestros pueblos o ciudades? A la vez que se valoraba enormemente la experiencia vivida, lo que cada uno llevaba dentro, aparecían dudas, miedos y también esperanzas: miedo a que se malinterpretase esta experiencia, a que hubiese reacciones negativas precisamente por parte de las personas más cercanas humana o ideológicamente; miedo a que nos dijesen que habíamos pasado al “otro bando” y nos rechazasen; unos por incrédulos, otros porque verían una utilización política y es posible que otros quisiesen aprovecharlo políticamente o manipularlo”.
(…) “Muchos de nosotros fuimos con un peso enorme y volvimos sin la carga de esa mochila. Pasado el tiempo, como un poso, la experiencia de esos días se ha hecho más grande y nosotros nos hemos hecho algo más fuertes”.
Hablar, compartir, socializar. “Durante un tiempo decidimos no hablar de lo que habíamos hecho fuera de los grupos porque el clima político y social era negativo y estaba presente el riesgo de que nuestra experiencia se tergiversase o manipulase. Así que todos nos comprometimos a mantener la discreción. (…) También nos preocupaba la más que probable incomprensión de ‘los nuestros’. ¿Cómo vamos a explicar a gente políticamente cercana, de mi grupo o de mi asociación, lo que hemos hecho, que nos hemos reunido con tal o cual persona, que nos hemos escuchado y comprendido, que hay un camino a explorar?” (…) “El tener personas que han sufrido distintos tipos de agresiones y pérdidas fue necesario y enriquecedor para todos”.
«El puzzle no está roto»
El último apartado del relato hecho por los propios participantes en la iniciativa lleva por epígrafe La semilla: “Tanto Glencree como Santa María de Mave son lugares tranquilos, un tanto remotos, en los que el ambiente ayuda a reflexionar, en los que lo más importante era estar juntos, aislándonos hasta cierto punto del mundo (…) La experiencia fue profunda: compartir el sufrimiento, exponer y escuchar ideas encontradas, vivir momentos de tensión y de dificultad (…) y grandes altibajos en la intensidad de las emociones, salvados en el grupo”.
(…) “Siempre nos ha parecido importante seguir para que la semilla que sentimos dentro germine poco a poco. Por eso escribimos juntos este relato. Ese es su valor (…) Todavía existe entre nosotros un cierto miedo a la manipulación y a la utilización política y mediática cuando todo esto se haga público, por lo que pedimos que se trate (…) como una aportación modesta, pero a la vez valiosa en pro de una convivencia compartida”.
(…) “Tenemos la sensación de que cada día hay más gente que quiere que estas cosas ocurran, que se creen espacios colectivos que permitan trabajar en el impacto del sufrimiento, la memoria y el reconocimiento. Tenemos que hacer un mundo mejor para los que vienen. (…) Nunca hemos tratado de transmitir rencor o venganza. No queremos que otra generación continúe con el sufrimiento”.
(…) “Hemos avanzado en la escucha, el conocimiento, el respeto, el reconocimiento de lo sufrido, de la dignidad de las víctimas y de los derechos compartidos. Este relato es un testimonio de nuestro proceso. El puzzle de personas y vivencias que constituye la realidad de nuestra sociedad no está roto. Tiene muchas fracturas, pero creemos, por el enorme impacto que hemos padecido, por nuestra experiencia, que se puede recomponer con lo que cada uno pueda aportar para acercar las piezas”.
Javier Rivas San Sebastián 16 JUN 2012 – 22:38 CET El Pais