Son muchos los tópicos a desterrar por tratar frívolamente asuntos de derechos humanos y, a la postre, por atentar contra ellos. Uno de los más manidos últimamente es aquél según el cual no se pueden equiparar, porque no son equiparables, las víctimas de ETA con otras víctimas. La argumentación detrás del topicazo es que, al reconocer que hay otras víctimas, se legitima el terrorismo. Pero reconocer a otras víctimas es, en realidad, cumplir con obligaciones marcadas en diversos tratados internacionales de derechos humanos; y si a algo o a alguien legitima el cumplimiento de esos tratados, es al Estado de Derecho, no al terrorismo.
Esta letanía se hace además insufrible porque, hasta la fecha, nadie ha podido explicar convenientemente en qué consiste eso de equiparar, porque el derecho internacional establece que toda víctima de una vulneración de los derechos humanos tiene derecho a verdad, justicia y reparación; y resulta evidente que las medidas de verdad, justicia y reparación han de ajustarse a cada víctima y sus circunstancias. ¿En qué consiste, por tanto, la equiparación?
Se ha llegado a reforzar el topicazo diciendo que no cabe reconocer, por ejemplo, la existencia de víctimas de tortura en Euskadi, ya que no hay un problema de justificación de esta práctica, pues nadie ha organizado manifestaciones a favor de la tortura; mientras que sí ha habido manifestaciones a favor de ETA, y por tanto hay un problema de que se ha justificado la existencia de ETA.
No sabemos si con esto se trata de rizar el rizo o mezclar churras con merinas. El derecho internacional no establece algún tipo de restricción al reconocimiento de un modelo de víctima en función de posibles manifestaciones -conexas o no- ni siquiera si éstas son en favor de los victimarios de otras víctimas. Y el colmo viene cuando se acude a la técnica del calamar, emborronándolo todo, preguntando si un terrorista al que le estalla la bomba cuando la va poner es una víctima; o se intenta difuminar el calado del drama de una víctima diciendo que «a este paso, va a ser necesario reconocer que una víctima de una violación también es una víctima, y las víctimas de violencia doméstica también son víctimas. Todo el mundo es víctima». Como afirmaba cierto representante político.
Pues no todo el mundo es víctima, no; pero sí lo es toda persona que haya visto vulnerados sus derechos a la vida y a la integridad física o psíquica. Aquí y en todo el mundo, salvo en el rancio mundo de los tópicos.
Reconocer a otras víctimas es cumplir con obligaciones marcadas en varios tratados de derechos humanos
Los topicazos trivializan la realidad y se usan para disimular realidades incómodas para el poder
Las víctimas de la violencia machista o de género -que no violencia doméstica (otro error malintencionado)- por supuesto que tienen los mismos derechos a la verdad, justicia, reparación y no discriminación que las demás víctimas de conculcaciones de derechos humanos. Sin embargo, resulta habitual considerar que esta violencia se reduce a las agresiones físicas más evidentes. Algunos medios de comunicación hablan de «otra víctima de violencia de género», para hacer referencia a una mujer asesinada. Cuando la realidad es que debajo de esa «punta del iceberg» hay todo un arsenal de conductas lesivas que quedan generalmente invisibilizadas. Entre ellas, la violencia psicológica o la sexual, cuyas consecuencias en el largo plazo pueden ser devastadoras.
Además, se parte de la base de que la denuncia es la única puerta de entrada para la realización de los derechos de las víctimas. Desde esta posición, los gobiernos y administraciones parecen no tomar conciencia de las dificultades que hacen que la mayoría de mujeres no denuncie; especialmente mujeres mayores o mujeres migrantes en situación irregular. Tampoco parecen reconocer el calvario que supone para estas víctimas el proceso judicial, que a menudo termina infructuosamente con archivos, absoluciones, e incluso contradenuncias. Este mito parte de la visión reduccionista del Estado igual a juez y policía. Así, cuando se habla de tantas mujeres asesinadas y que «solo» cuatro habían denunciado, cabe preguntar: ¿Acudieron a su centro de salud, donde se pudo detectar esta situación? ¿Tenían hijos/as en edad escolar que pudieron presentar indicadores? ¿Tomaron contacto con los servicios sociales?
Por último, en tiempos de crisis, los derechos sociales y económicos también son pasto de estos lugares comunes. Y también en este ámbito se sigue la técnica de elevar a regla lo que es una excepción.
Uno de los topicazos más odiosos a desterrar viene a decir que los pobres lo son porque quieren, porque son vagos y prefieren vivir de las ayudas sociales que de su trabajo. Pero no se menciona la falta de empleo, y así se culpabiliza a las personas preceptoras de ayudas sociales por un problema que ellas no han generado. Y de ahí vamos subiendo de nivel: existe un fraude generalizado en el cobro de ayudas sociales y no existen controles suficientes para evitarlo. Cuando no solo es que no existan controles, sino que desde las administraciones se ponen cada vez más dificultades para acceder a las ayudas.
De ahí pasamos a que las ayudas sociales son un lastre para la economía, cuando éstas son infinitamente menores, por ejemplo, que las ayudas prestadas a los bancos. Y las joyas de la corona: los jóvenes van a trabajar al extranjero por espíritu aventurero y los parados de larga duración lo son porque cogen «malos hábitos». Tópicos que «infantilizan» a las personas desempleadas. De la misma manera que el falso mito de que las personas migrantes vienen a quitarnos el trabajo y las ayudas sirve de excusa para conculcar sus derechos sociales y económicos.
Los topicazos trivializan la realidad y se usan para disimular realidades incómodas para el poder. De esta forma, pervierten de forma grave el discurso político y dificultan encontrar soluciones a los problemas reales. Por el contrario, para combatir la pereza acrítica que fomenta su uso, hace falta educación, de calidad… y sin recortes.
Asociación Pro Derechos Humanos Argituz, por Andrés Krakenberger, Juan Ibarrondo, Olatz Landa e Izaskun Alonso – Sábado, 29 de Diciembre de 2012