Asamblea Antimilitarista de Madrid, Alternativa Antimilitarista. MOC publico.es
Se dice que hoy la gente joven apenas se puede imaginar lo que suponía la mili. Quizá sea cierto. Los avances sociales hacen que nos acomodemos pronto a la nueva situación. Seguramente no habrá hoy quien defienda la necesidad de pasar obligatoriamente por el cuartel como parte del rito ciudadano de tránsito, pero hasta no hace mucho, cuando pensar así también era una apuesta y un riesgo, pocas voces de las que hoy dan tantas cosas por hechas se escucharon en este sentido. La campaña Insumisión se valió de los cuerpos de los insumisos e insumisas, los no tantos medios de comunicación alternativos que había, y un núcleo solidario que poco a poco fue haciéndose más grande.
El próximo 20 de febrero se cumplirán 25 años desde aquella primera presentación de insumisos al Servicio Militar Obligatorio. Miles fueron los que les siguieron, tanto a la plaza, como a los juzgados e incluso a prisión. Ni los tribunales civiles ni militares, ni las inhabilitaciones, ni la cárcel pudieron frenar la insumisión. Más bien, al asumir las consecuencias de su desobediencia, los insumisos encendieron un altavoz plagado de significado para sus reivindicaciones.
Fue un salto cualitativo en la estrategia del MOC: esta manera de ejercer la objeción de conciencia suponía transcender del derecho individual y plantear una acción colectiva con el objetivo último de abolir las estructuras militares. Ha habido, desde 1989, más de veinte mil insumisos, tanto al Servicio Militar Obligatorio como a la Prestación Sustitutoria, que no fue sino un intento por parte del Estado de canalizar esa brecha de desobediencia que planteaban los antimilitaristas. Más de cuatro mil fueron juzgados, y más de un millar, encarcelados. En mayo de 2002, cinco meses después de haber desaparecido el Servicio Militar Obligatorio, fueron excarcelados los últimos insumisos, que rechazaron el indulto encubierto que se les estaba imponiendo.
La insumisión asestó un golpe mortal a la vocación militar. Prueba de ello es que en el ejército español el proceso de profesionalización se llevó a cabo con dificultades de reclutamiento mucho mayores que las que ha habido en otros países sin contestación antimilitarista, teniendo que rebajar drásticamente las cifras inicialmente previstas de tropa. La insumisión entró en la agenda política, aumentó el desapego social al ejército y disparó, como efecto colateral, las solicitudes de objeción de conciencia legal, llegando a saturar y hacer, de hecho, impracticable, la Prestación Sustitutoria. Sin embargo, el fin del servicio militar no fue celebrado por los insumisos como una victoria: todavía está lejos de conseguirse la erradicación del ejército, la industria de armamento, los gastos militares y muchas otras nocividades de las que se sigue ocupando el trabajo antimilitarista.
El legado de la insumisión es significativo: ha mostrado que es posible poner en práctica la desobediencia civil y luchar de manera eficaz desde la noviolencia. Ha servido de referente a muchos movimientos sociales, que hoy en día se la plantean y practican. También ha revelado que la organización y las estrategias colectivas pueden poner en jaque a instituciones tan poderosas como el ejército.
No debemos mirar al pasado con triunfalismo ni autocomplacencia, sino para saber qué podemos llegar a conseguir. El mundo actual exige nuestra respuesta y nuestra lucha: los poderosos lo son cada vez más, y utilizan los ejércitos para imponer sus condiciones allí donde se juegan sus intereses económicos. Se desmantelan las conquistas sociales a la par que los presupuestos militares siguen aumentando desaforadamente; las bombas que estallan lejos siguen fabricándose aquí, que es donde empiezan las guerras. La insumisión nos señala las armas que podemos usar contra estos desmanes: la desobediencia, la noviolencia y el sentido común, con grandes dosis de imaginación y de organización colectiva. Y nos recuerda que son eficaces.