Muy probablemente la lengua y la cultura kurdas empezaron a desarrollarse durante la cuarta Edad de Hielo (20.000 – 15.000 a.C.). El pueblo kurdo constituye así una de las etnias autóctonas más antiguas de la región. Alrededor del año 6.000 a.C. comenzaron a aparecer nuevas ramificaciones de la etnia kurda. La historia los menciona por primera vez como un grupo étnico vinculado a los hurritas (3.000 – 2.000 a.C.). Se asume a partir de esto que los antepasados de los kurdos, los hurritas, cohabitaban en confederaciones tribales y reinos junto a otros pueblos como los mitanni, sus descendientes, los nairi, los urartuanos y los medos. Estas estructuras políticas ya presentaban algunas características estatales rudimentarias. Las estructuras sociales patriarcales de esta época no estaban nada definidas. Tanto para la sociedad agrícola neolítica como para las estructuras sociales kurdas, las mujeres ocupaban una posición preeminente, característica que se torna aún más evidente durante la revolución neolítica.
La religión zoroastrista tuvo un impacto considerable en la cultura kurda en algún momento entre 700 y 550 a.C. Esta religión abogaba por un modo de vida caracterizado por el trabajo agrícola, donde hombres y mujeres eran percibidos como iguales. El amor hacia los animales era considerado importante y la libertad, un bien moral elevado. La cultura zoroastrista influyó tanto en la civilización oriental como en la occidental, dado que ambos, persas y helénicos adoptaron muchas de estas influencias culturales. La civilización persa, sin embargo, fue fundada por los medos, que se consideran los antepasados del pueblo kurdo. En las narraciones de Heródoto se hace referencia a una división política en el Imperio Persa entre estos dos grupos étnicos. Una división similar se da en el subsiguiente Imperio Sasánida.
Durante la Antigüedad Clásica, la era helénica dejó marcas pro-fundas en la cultura oriental. Los principados de Abgar, en Urfa, y de Komagene, cuyo centro bordeaba la provincia de Adiyaman-Samsat, como también el reino de Palmira, en la actual Siria, fue-ron todos profundamente influenciados por la cultura griega. Se podría afirmar que fue precisamente en esa región que ocurrió la primera síntesis de influencias culturales orientales y occidentales. Este significativo encuentro cultural duró hasta la caída de Palmi-ra en manos de los romanos, en 269 d.C., conquista que a largo plazo resultó negativa para el desarrollo de la región. La aparición del Imperio Sasánida tampoco destruyó la influencia kurda en la región. Se puede decir que para esta época (216 – 652 d.C.) las estructuras feudales ya habían sido establecidas en Kurdistán. La emergencia del feudalismo representó el principio del fin de esta cohesión étnica. La sociedad kurda continuó desarrollando sus lazos feudales, un proceso de construcción de una civilización feudal que contribuyó por su lado al advenimiento de la revolución islámica. El Islam se posicionaba en contra de la esclavitud, lo que contribuyó a cambiar las relaciones étnicas en un momento clave del proceso de urbanización de la sociedad. Al mismo tiempo que las sociedades feudales eran modificadas por la religión, el Islam proporcionaba una base ideológica para tales cambios.
El declive del Imperio Sasánida (650 DC) permitió al Islam forjar una aristocracia feudal kurda, profundamente influenciada por la cultura árabe. Esta formación social y política fue una de las más potentes de su época. La dinastía kurda de los Eyyubi (1175 – 1250 d.C.) se transformó con el paso del tiempo en una de las más poderosas dinastías de todo Oriente Medio, ejerciendo una gran influencia sobre el pueblo kurdo.
Por otro lado, los kurdos mantuvieron relaciones estrechas con el Sultanato Selyúcido, que tomó el poder de los Abásidas en 1055 d.C. Dinastías de descendencia kurda como los seddadis, buyidis y los maravánides (990 – 1090 DC) se transformaron en pequeños estados feudales. Otros principados siguieron el mismo ejemplo. La aristocracia kurda gozaba de esta manera de una gran autonomía en el Imperio Otomano.
El siglo XIX trajo consigo grandes rupturas. Paralelamente a un deterioro progresivo de las relaciones entre kurdos y otomanos, se encadenaron una serie de focos de insurrección kurda. Misionarios ingleses y franceses importaron en esta época el concepto de separatismo a las iglesias armenias y arameas, contribuyendo todavía más a una situación caótica. Además de los problemas con los otomanos, las relaciones entre los pueblos armenio, asirio y kurdo no hacían más que empeorar. Este proceso fatal tuvo un final en 1918 después de la Primera Guerra Mundial cuando el mundo fue testigo del exterminio físico y cultural casi por completo de armenios y arameos, ambos portadores de culturas milenarias.
Pese el desgaste de la relación entre kurdos y turcos, este proceso significó todavía una ruptura más entre los kurdos de un lado, y los armenios y arameos del otro.