Tocar los recuerdos dolorosos de la historia es difícil: saltan chispas y el cajón de la memoria no se abre con facilidad, aunque hay quien piensa que eso es un error. Como Patricio Guzmán (Santiago de Chile, 1941). «La memoria histórica no tiene relación con la venganza ni con el odio. Tiene relación con la armonía, con la creación artística, con el paisaje, con la velocidad de las nubes. Es recuperar el tiempo y ayuda a vivir mejor», afirma.
Guzmán es cineasta, o como dijo alguien en un cine neoyorquino en el que se proyectó Nostalgia de la luz, su último documental, es el Herzog chileno. Saborea un vino tinto y paladea una dorada junto a la Quinta Avenida de Nueva York con el sosiego de quienes están en paz con su pasado. Mastica despacio, escucha atento, habla mimando las palabras. Y sonríe.
Marcado por el golpe de Estado de Pinochet, Guzmán lleva varias décadas embarcado en recuperar la memoria que su país se resiste a recordar. Su primer documental, La batalla de Chile, considerado uno de los clásicos del género y nunca mostrado en su país, es el único testimonio en celuloide del último año de la presidencia de Salvador Allende. «Si La batalla de Chile no existiera, la derecha de mi país habría tratado de borrar aquel periodo, pero no puede».
Poeta de la imagen y la memoria, se exilió tras un golpe al que ha regresado una y otra vez. Porque casi toda la filmografía de Guzmán está relacionada con ese pasado trágico «al que ni siquiera Bachelet se quiso enfrentar». Lamenta que los militares chilenos no hayan querido colaborar con los familiares de los desaparecidos «que aún necesitan encontrar y enterrar a sus muertos», igual que lamenta que el juez Garzón, héroe para muchos chilenos por procesar a Pinochet, sea hoy perseguido por remover el pasado de la Guerra Civil. «El tiempo de la memoria es largo pero acaba llegando. Un país no puede ni debe olvidar. Hará falta al menos otra generación, en España y en Chile, para que el poder deje de sentirse culpable y pueda enfrentar el pasado».
Guzmán no olvida nada. Vivió en Madrid, donde «los viernes por la tarde son los mejores Europa» y reside en París. «Nunca se deja de ser de algún sitio aunque lo que te construye como persona son unos pocos elementos que llevas en la mochila: tu primer amor, tu primer día de escuela, tu primer fracaso… Yo nunca he sentido nostalgia de la música o la cocina chilenas, pero sí de la luz y del mar».
Esa nostalgia impregna su cine. Sus películas abren interrogantes desgarradores y bellos y, en el caso de Nostalgia de la luz, embarcan en metáforas aparentemente imposibles pero increíblemente certeras. Tardó cinco años en conseguir financiación (entre otros de TVE) para ese proyecto que hipnotiza a críticos y espectadores, mezclando con extraordinaria sensibilidad su pasión de juventud, la astronomía, con la historia de amor y tenacidad de las mujeres que aún buscan a sus desaparecidos cavando con sus manos en el desierto de Atacama.
Y saboreando la segunda copa de vino y un postre de manzana, Guzmán dice que ha aprendido algunas cosas de sus viajes por la memoria: «La reconciliación y el diálogo son posibles. Incluso cuando hay posiciones antagónicas, se puede llegar al corazón del otro y construir».
BARBARA CELIS 20/04/2011 El Pais