Juan Aranzadi, antropólogo  Entrevista de Alberto Surio DV 11/03/05

El antropólogo Juan Aranzadi (Santurtzi, 1949) presentó ayer en San Sebastián, Good-bye ETA , un conjunto de reflexiones escritas bajo el síndrome de la lenta agonía de ETA.

 

¿El título del libro Good-bye ETA no es demasiado voluntarista?

 

Es voluntarista pero también constata el síndrome social, político y moral de la lenta agonía de ETA y la esperanza de su disolución. Así titulé un artículo que suscitó en su día algunas críticas furibundas de algunos ex amigos míos, entre otros Jon Juaristi y Savater, y que después se aclararon tras los atentados del 11-M. Tenía ganas de sacarme espinas clavadas –se llegó a decir que yo era cómplice del terrorismo y antisemita– y descalificaciones respecto a mi posición ante ETA desde el año 99 en el que comenzaron mis divergencias con gente con la que yo había estado de acuerdo como son los líderes de ¡Basta ya! Con los acontecimientos, la razón ha caído de mi parte.

 

¿Enlaza con sus libros anteriores como El escudo de Arquíloco o El milenarismo vasco?

 

En El milenarismo vasco indagué sobre los fundamentos simbólicos y religiosos del nacionalismo vasco, con un 90% de crítica al mismo. No creo que las conclusiones fueran distintas si se aplicaran al nacionalismo español. Valoro incondicionalmente la vida para evitar la muerte. Recuerdo la frase: «Matar un hombre sólo es matar un hombre, no es defender una causa».

 

¿Encierra una autocrítica personal?

 

Claro, es una autocrítica de mi itinerario de juventud donde me intoxiqué de todos los dogmatismos, tanto del cristiano como del revolucionario. No hay ninguna causa por la que merezca morir y por la que merezca matar. Ni la independencia de Euskadi ni la Constitución. Cuando alguien concluye que hay una causa por la que merece la pena morir está muy cerca de concluir que por esa misma causa merece la pena matar. Me dan mucho miedo los mártires y los verdugos, porque de mártires a verdugos hay un paso que se ha dado en la historia del cristianismo o la revolución proletaria. La muerte de un ser humano es un mal absoluto. Ni la democracia ni el socialismo ni la unidad de España merecen una gota de sangre. Lo que critico yo es que se plantee el constitucionalismo como una opción moral y se satanice a quienes no siguen ese itinerario. No soy sólo crítico del nacionalismo vasco, soy crítico de todo nacionalismo. Es una de las formas más envilecedoras de legitimación del estado que ha inventado la modernidad.

 

No hay cierta deserción cívica en su mensaje…

 

¿A qué llamamos deserción cívica? La capacidad de intervención de los ciudadanos en las sociedades liberales se limita a votar cada cuatro años y poco más. Al terrorismo tiene que enfrentarse la policía, en la calle no se hace nada más que publicidad. Es una irresponsabilidad cívica llamar al heroísmo de los ciudadanos. El bien máximo es que ETA desaparezca.

 

¿Incluso pagando un precio?

 

Yo lo pagaría. No sabemos qué va a pasar cuando desaparezca la violencia. Pensar que hay que acabar a la vez con ETA y con el nacionalismo vasco es un delirio imposible propio de unos megalómanos. Puede que ETA vuelva a matar, pero estamos lejos de presión terrorista de los años 80. Y el nacionalismo vasco no va a renunciar nunca a sus objetivos soberanistas o independentistas. ETA carece hoy de la capacidad de chantaje al PNV que tenía en Lizarra, aunque quiera hacer de su necesidad virtud. Con lo que el plan Ibarretxe no es concesión a la violencia sino la expresión del programa político del nacionalismo, siempre oscilante entre la radicalidad y el pragmatismo.

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